#ComunicaciónInterpersonal: La ‘perla en el estercolero’

¿Estaremos equivocados? ¿Será un error pensar que si una persona utiliza mal el léxico, habla deprisa, no vocaliza o tiene una dicción de cacatúa circense no es capaz de comunicarse correctamente?.

Miro vídeos de los fenómenos de masas actuales, entendiendo por tal a los denominados influencers que acumulan seguidores por millones, y confieso que me cuesta entenderlos. Y no: no es porque yo sea uno de tantos españoles con la asignatura pendiente de saber inglés como para trabajar en la BBC; tampoco porque los emisores multimillonarios en admiradores practiquen una suerte de spanglish… Ni aun sabiendo inglés como para epatar Lord Byron y, a un tiempo, español como para discutir los últimos artículos de la RAE se les entiende a la primera lo que dicen. A veces, ni a la segunda…

En Estudio de Comunicación tenemos un Área de Formación a la que acuden las empresas para que ayudemos a sus ejecutivos y directivos a comunicarse personalmente. Es decir: para que sean capaces de hacerse entender y, por tanto, puedan comunicar correctamente lo que en cada momento consideren preciso a sus públicos: cuando se reúnen con sus directivos o con sus trabajadores, cuando tienen que dar una charla en una universidad o en un acto institucional, cuando tienen que grabar un vídeo corporativo o responder a preguntas que les hace un periodista. Se trata, ya imaginan, de que puedan perfeccionar su capacidad de comunicación directa, de persona a persona; interpersonal, por tanto.

El trabajo no sólo consiste en aprender y utilizar técnicas para perfeccionar el lenguaje verbal, sino también, incluso diría que preferentemente, el no verbal. Y en este capítulo se incluye que el comunicador sea capaz de hacerse entender, como antes comentábamos: nada más angustioso que un orador titubeante, que repite muletillas (por favor, erradiquemos el “¿vale?”, los “eeeh”…), que se come sílabas, que no sabe leer un discurso o un informe de resultados, que habla “con faltas de ortografía”. ¿De qué vale el trabajo de preparar una intervención -decimos-, sea la que sea y no importa ante qué número de personas, si quien nos escucha va a estar más pendiente de nuestros muchos fallos o, simplemente, ‘desconecta’ porque no nos entiende?

Pero claro: ante esta hipótesis de trabajo, la de hacernos entender para comunicar correctamente, nos cae como una losa la cifra de más de 20 millones de seguidores acumulados por, es un ejemplo, un individuo que se pone delante de una cámara para hacer vacuidades y decirlas, creo, porque la mitad de las cosas no se le entienden. De ahí la pregunta inicial: ¿estaremos equivocados? ¿Será que la ‘nueva Comunicación’, la que consigue llegar a un mayor número de públicos, es la que se basa en comerse las palabras, decir fases hechas en algún dialecto élfico de los que ni el mismísimo Tolkien se atrevió a formular y emitir ruiditos exclamativos? ¡Ay!

Tuve un profesor de historia, y con esto explico el título que precede a estas líneas, que cuando preguntaba algún dato ‘de los que no vienen en los libros’ en mitad de la exposición de la lección del día y un alumno levantaba la mano entre un mar de caras de chimpancé asustado, ante la respuesta correcta, espetaba a los presentes: “afortunadamente, hemos encontrado una perla en el estercolero”. Creo que he comprendido su sensación cuando leí en ABC que dos influencers musicales, la madrileña de 24 años Bely Basarte y el salmantino de 22 David Rees, habían conseguido que un vídeo suyo obtuviese, en pocas horas, más de tres millones de visualizaciones en Facebook. Con solo su voz y unos acordes de piano que marcan las notas, versionan en cuatro minutos más de medio centenar de canciones de las que más se han escuchado en 2016. Y me gusta lo que han hecho, porque comunica trabajo, sencillez, calidad, entusiasmo, esfuerzo…

Imagino, por el tipo de música, que quienes siguen a estos dos artistas son personas tan jóvenes y ‘digitalizadas’ como los que dedican su tiempo de ocio a ver qué dicen los del dialecto élfico. Puede que haya diferencias culturales; no sé: no tengo datos para comprobarlo. Tampoco los tengo para saber si lo que a mí me agrada responde a un gusto mayoritario. Lo que me niego a pensar es que la tendencia comunicativa de las personas sea que sus públicos no les entiendan. Pero a la vez que esto no encaja en lo que considero razonable, me preocupa que millones de jóvenes lo vean como “lo más guay” y lo imiten. Asusta un poco.

Por Jesús Ortiz, consultor sénior de Estudio de Comunicación España.

@JesOrtizAl

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