Al fin y al cabo, rigor

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¡Dios, qué fuerte! Cuando un líder de la oposición, en este caso Rajoy, quién iba a ser, hace balance de un año y se pronuncia así: ‘Las promesas del presidente del Gobierno se han quedado en palabras’… ¿qué podemos pensar? Y dicen que las palabras se las lleva el viento, pues va a ser que no. Las palabras quedan en la imprenta de Gutenberg desde 1.398, en las hemerotecas y en los libros perdidos de las Sombras del viento de Ruíz Zafón.

Promesas, irregularidades, vaticinios, qué poco ha aprendido la política de la economía… ¡si Platón levantara la cabeza! Alguno de estos políticos que tenemos como dirigentes del país deberían haberlo hecho. Al menos, uno o dos cursos en la Facultad de Ciencias de la Información, que no era tan difícil y, a poquitos, sacabas un Bien, y bien documentado aspirabas a la Matrícula de Honor.

Nadie que hubiera caído por allí con ánimo de licenciarse podía salir confundido como para pensar que en Comunicación, lo más importante es algo tan sencillo como decir la verdad, aportar datos con rigor y no faltar al octavo mandamiento: ‘no dirás falsos testimonios ni mentirás’. Fuera de broma, digo yo que podrían estos políticos ceñirse a la realidad y ajustarse a la veracidad, ser transparentes, apuntalar el futuro y dar de comer al pueblo pan de verdad. Ya tendrían que tener ellos, como en las cuestiones económicas, una CNMV, dura, vigilante, inquisidora. Para que el cociente por el divisor más algún resto (o inmundicia escapada) fueran igual al dividendo. Tú dile a un periodista una cosa y tergivérsala al día siguiente…  Si todos fuéramos capaces de ver la objetividad y contarla, con un atisbo de buena intención, las cosas irían mejor en este año que nos espera.

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