Supongo que ustedes ya saben que en posición horizontal y en una hamaca, se lee mejor. No hay nada tan maravilloso como que, una vez relajado y desconectado de las obligaciones laborales, te visite la diosa fortuna con un libro (versión papel, que no digital) de esos que te engancha desde la página dos. Este verano, y en tres días, he sido una de los tantísimos lectores que ha disfrutado con la lectura de “La verdad sobre el caso Harry Quebert” de Jöel Dicker. Sí: he de confesar que me lo he zampado con una ansiedad devoradora de saber a la mayor brevedad, por favor, quién era el asesino de la adolescente entre todos aquellos personajes, unos simpáticos y otros menos.
Unos cinco días antes había comenzado a leer otra novela de un autor español y del que no mencionaré su nombre, por respeto. Al llegar a la página doscientos de las seiscientas de su historia, lo siento, no pude seguir. Lo abandoné hastiada como quien abandona un novio aburrido. “Ahí te quedas, no hay quién te soporte. ¡Que te lea otra! ¡Esto es una patraña infumable!”.
Y a rey muerto, rey puesto. Ya me habían comentado que el libro era muy bueno. Así que, al verlo ahí mismo, zas: me lancé sobre él y, sin respiro, devoré el de Dicker. Al terminarlo, sentí una gran pena por haber acabado con tal rapidez y quedé echando de menos a sus personajes; y pensando en qué es aquello que tiene un autor (y otros no) para enganchar a sus lectores, a su audiencia, a sus seguidores.
Sinceramente, creo que la clave está en que nos haga sentir identificados con el personaje, que compartamos (una vez más compartir) sus deseos y sus frustraciones, sus virtudes y sus defectos. En definitiva, que nos lo creamos. No queremos personajes perfectos, porque son inexistentes y son falsos. Y esto tan sencillo pero a la vez, tan complicado, debería ser aplicado no sólo al mundo del arte, sino a otros como al de la política o al empresarial.
Queremos políticos con los que podamos sentirnos identificados, con sus virtudes y defectos. Queremos empresas en las que poder confiar. No queremos que nos cuenten cuentos chinos. Queremos una comunicación transparente y de igual a igual. Ya no nos tragamos todo lo que nos largan. Cada vez más, y gracias a la Comunicación digital, la verdad se encuentra a mano de todos. Y las mentiras, también. Los profesionales de la Comunicación debemos de tener en cuenta esto.
Por Constanza Ribas, consultora sénior de Estudio de Comunicación.
@ConstanzaRibas
Foto: epSos .de
Pues toda la razón.