El año en el que las máquinas se quitaron la careta

En el relato postapocalíptico que escriban los supervivientes, una vez Skynet se haya salido con la suya, 2017 será conocido como el año en el que las máquinas se quitaron la careta.

Por si alguien no se ha dado cuenta, este año ha sido el del despertar de la sociedad ante una realidad que lleva ya varias décadas desarrollándose pero que ha explotado en los últimos tiempos con predicciones, y a veces constataciones, que se acercan más a una distopía a lo Black Mirror que al optimismo tecnológico de, pongamos, Star Trek. Y si alguien piensa que me paso de paranoico que le pregunte a alguien tan poco sospechoso de ludismo como Elon Musk

Las monerías de Siri o de Google Now, que tanto nos divirtieron, empiezan a tomar un cariz siniestro cuando el teléfono nos pregunta insistentemente por nuestra opinión sobre el lugar en el estamos cenando o la tienda donde compramos. Se diría que el paradigma está cambiando y empezamos a trabajar para la máquina en vez de tenerla a nuestro servicio.

Mientras, quienes trabajamos sentados frente a un ordenador comenzamos a entender por qué esa danza de robots fabriles del Discovery Channel que nos ayuda a dormir la siesta lleva décadas provocando pesadillas entre los trabajadores industriales. Y es que, a diferencia de revoluciones anteriores, la última automatización no es un asunto de fábricas o de trabajos penosos o peligrosos. Esta vez promete llegar hasta el último reducto del trabajador humano, la oficina.

Los mensajes en este sentido resultan algo contradictorios. La consigna general, transmitida también por parte de la comunidad científica especializada, es que la automatización se limitará a las labores menos cualificadas, más repetitivas y, en general, menos necesitadas a priori de cualidades humanas. Profesiones que requieran de un trato personal o que exijan cierta creatividad, como el periodismo, quedarían, para nuestro alivio, a salvo de la revolución.

Sin embargo, para otra escuela, la pregunta no es qué profesiones se verán afectadas sino cuándo. Un reciente estudio de las universidades de Yale y de Oxford, realizado  a partir de las opiniones de expertos en inteligencia artificial de todo el mundo, pone fecha al momento en el que las máquinas realizarán todo el trabajo: 2140. Antes, los robots habrían conseguido hitos como componer su primer éxito pop (2027) o escribir su primer best seller (2049). ¿Podríamos situar entonces el periodismo robótico en un punto medio, digamos que a finales de los años 30?

Pues no, el roboperiodismo ya existe y así lo demuestran experiencias como la de Associated Press, que ha puesto a sus “robots” a redactar teletipos de resultados empresariales, o ésta otra de una empresa española que aspira a robotizar el clásico “minuto y resultado” deportivo. La “idea” es que eso libera a los profesionales para realizar tareas menos mecánicas y de mayor valor pero el caso es que el periodismo se desangra y su automatización no parece otra cosa que un agujero más.

Sólo espero que sea un periodista de carne y hueso el que me explique cuál va a ser el plan que permitirá que la rueda siga girando una vez eliminado el trabajo humano. Porque existe un plan, ¿verdad?

Por Juan Manuel Bermejo, consultor sénior de Estudio de Comunicación España.

@bermejojm

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