Fake news: que viene el coco

Escuchaba el otro día en el metro a una madre cantarle a su bebé una nana clásica de las de antes, una nana vintage para que los milenials me entiendan, con la que muchos nos hemos dormido: “duérmete niño, duérmete ya, que viene el coco y te llevará…”. Mientras contemplaba esta escena, alguien repasaba en su dispositivo la prensa y en varios destacados se leía fake news.

Me dio por pensar que lo de que venía el coco que se cantaba para que la generación del baby boom durmiera era, en realidad, stricto sensu, una fake news, porque el coco jamás vino. Yo doy fe de ello, que me quedé muchas noches despierta, para mayor inri de mis resignados progenitores. Era este un bulo inocuo, pues no pretendía confundirnos ni desorientarnos, sino solo asustarnos un poquito, lo suficiente como para que nos durmiéramos de una vez.

El “coco” que trae aparejado actualmente el término fake news es de muy distinto pelaje y asusta mucho más. La desinformación bombeada y propagada a la velocidad de la luz de Internet a través de las arterias de las redes sociales es un arma tan poderosa como peligrosa y populista por su capacidad de llegar a los corazones de los más apáticos y hacer que se formen una opinión completamente sesgada de los acontecimientos.

Según un estudio del MIT, al que alude el informe “Protocolo ante una crisis de fake news” elaborado por Garrigues, las noticias falsas tienen hasta un 70% más de posibilidades de ser retuiteadas que las verdaderas. Si a eso le añadimos que existe una sobresaturación de información tal que resulta difícil de procesar y mucho más de verificar para el común de los mortales, en un contexto en el que la desintermediación ha tomado las redes sociales como su espacio natural de crecimiento y esparcimiento, tenemos el campo de cultivo perfecto para hacer crecer a las noticias falsas.

Poco nos falta, si no lo hemos logrado ya, para que la expresión del año sea el término fake news. Basta una búsqueda rápida de la expresión en Google para encontramos con más de un millón de entradas en las que se la menciona. Si en años anteriores la palabra del año fue la posverdad, estoy convencida de que este, sin lugar a dudas, será el año de las fake news.

Digo “las” en plural, con toda la intención, porque el uso del término noticias falsas ha proliferado masivamente gracias a haber sido adoptado casi como slogan de la práctica totalidad de nuestra clase política y a que vamos a pasar buena parte de este año en precampaña, campaña y post campaña electoral; un entorno que por su propia idiosincrasia se presta al juego de la desinformación. Pero no se engañen, en el mundo empresarial son también más habituales de lo deseable y las estamos encontrando en el origen de muchas crisis de comunicación que acontecen actualmente.

¿Pero qué son las fake news en realidad? Leemos o escuchamos hablar de fake news y las asociamos a personajes como Donald Trump o Vladimir Putin, lo cual no contribuye para nada a tranquilizar mucho al respetable y a la vez en su mayoría desinformado público. Las fake news son precisamente desinformación en estado puro, gestionada de manera interesada con fines políticos o económicos, pero nunca humanitarios o por una buena causa.

La información es y ha sido siempre poder y bulos ha habido desde que los seres humanos empezaron a comunicarse; durante la Edad Media fueron la iglesia y la nobleza las que se encargaron de distribuir bulos entre fieles y vasallos con el fin de mantenerlos lo suficientemente atemorizados como para que no se les ocurriera rebelarse contra los estamentos privilegiados. Y así, época tras época, los bulos han sido siempre una herramienta usada por los poderosos para mantener a raya al resto basándose en su vulnerabilidad y su falta de acceso directo a la información.

Fue sin duda Joseph Goebbels, el ignominioso ministro de Hitler, quien inaugurara el arte de hacer de los bulos un instrumento refinado, sutil y retorcido al servicio de la desinformación al estilo de como los conocemos hoy en día. Como Goebbels no tenía Internet, se valía de los aviones de la Luftwaffe con los que literalmente hacía llover desinformación en forma de pasquines propagandísticos sobre si los judíos robaban el trabajo al resto de alemanes, o sobre si los judíos traían una u otra enfermedad.

Ahora cambiemos judíos por inmigrantes y en lugar de usar aviones de combate para distribuir las mentiras pensemos en Twitter, Whatsapp o Telegram, y estaremos ante un ejemplo reciente, real y cercano de fake news.

Por eso en tiempos de fake news se hace más importante que nunca el trabajo de periodistas y comunicadores para que, desde su ámbito de actuación, puedan mantener informados y formados a ciudadanos, público, clientes o empresas. Porque ante las fake news solo cabe el recurso de rebatirlas valientemente y para ello primero hay que detectarlas, aislarlas y neutralizarlas.

Si la información siempre ha sido poder, la desinformación solo puede ser poder usada de forma partidista e interesada y está en manos de las instituciones, políticos y cualquiera que tenga un megáfono lo bastante potente como para influir en la opinión pública. Utilizar la información de manera honesta y haciendo honor a la verdad: sólo así podremos poner coto a las nuevas mentiras de diseño que son las fake news.

Ana Pereira, directora en Estudio de Comunicación España.

@anabepereira

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