Isabel Preysler y Photoshop celebran su cumpleaños

Según contaba ayer El País, Isabel Preysler, que celebraba su 64 cumpleaños en medio de una rueda de prensa, se declaraba contraria a Photoshop: “A mí no me gusta. Estoy en contra de él” decía. Puede que a muchos les choque que sea precisamente ella, con la estela de portadas y exclusivas photoshopeadas que cimentan su celebridad, quien haga esa afirmación.

Curiosamente, un día después, hoy, se celebra otra rueda de prensa y otro cumpleaños, el de Photoshop que llega a los 25 años –toda una larga vida para una pieza de software- de la mano de su creador, Thomas Knoll quien si hubiera nacido en Europa ya sería muy probablemente Sir o tendría la legión de honor. Se lo merece.

El caso es que ambos cumpleaños ponen sobre la mesa dos hechos consolidados: el triunfo universal de Photoshop y el cuasi generalizado rechazo “de boquilla” a su empleo, que se ha convertido para muchos en un mantra mil veces repetido.

Es curioso recordar que este programa de diseño, retoque y edición  fotográfica ha llegado incluso a estar en el punto de mira de los legisladores y que tanto el parlamento francés como el inglés consideraron en 2009 limitar o prohibir su uso en determinados supuestos. Al final todo quedó en una momentánea agitación.

Pero lo cierto es que Photoshop se ha convertido en todo un hecho sociológico. Se habla de él en las peluquerías, en las tertulias de la tele, las madres piden un poco de Photoshop en sus retratos y cualquiera da por sentado que con Photoshop podemos cambiar cualquier cosa, desde el entorno geográfico hasta un grano. La fe en Photoshop es profunda y está universalmente extendida. Hasta me extraña que aún ningún partido político haya incluido “Photoshop para todos” como una de las reivindicaciones de su programa… todo podría llegarse a andar.

Los que nos dedicamos a la comunicación y a la imagen, y conocemos un poco nuestro pasado, sabemos que en este caso, como en la mayoría, no hay nada nuevo bajo el sol. El retoque fotográfico es tan antiguo como la fotografía y aún podemos ir más atrás porque el retoque es a la fotografía lo que la idealización a la pintura.

Pero es más, el retoque fue tradicionalmente algo aplicado al común de los mortales desde el inicio de la fotografía. Me decía hace poco una amiga que la primera fotografía de su abuela, siendo aún recién nacida, era un montaje en el que la habían situado entre su madre y su padre, fallecido en la Guerra de Marruecos antes de que ella naciera.

Hasta la desaparición de los estudios fotográficos de barrio en los años 70 todas las fotografías de carnet en blanco y negro se retocaban primorosamente a mano… hoy es quizás el momento de la historia en el que, proporcionalmente, menos fotografías se retocan porque solo las realizadas por profesionales o fotógrafos avanzados llegan a estar tratadas con Photoshop u otros programas.

Sin embargo, cuando el retoque se efectúa sobre la imagen facial o corporal de una persona  con nombre y apellidos–que es cuando levanta ampollas porque a nadie le importa que se retoque un paisaje o un elefante- en realidad lo que se está haciendo es tomar el control sobre su imagen “oficial” de la misma manera que hacen las empresas cuando fotografían sus oficinas o definen la compañía en su memoria.

Una corbata mal puesta, un mechón descolocado, un grano inoportuno, una cuenca de los ojos demasiado en sombra… no son realmente los atributos esenciales de una persona y esa persona puede muy bien querer que no formen parte de la “imagen oficial” que la va a representar en carnets, carteles electorales o simplemente recuerdos familiares. Creo que –más allá de las fotografías periodísticas- en el mundo de la empresa y en el personal, compañías e individuos tienen derecho a decidir sobre la imagen que les va a representar.

Alberto Mariñas, Socio de Estudio de Comunicación España. 

@amarinas

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