Larga vida a la libertad de prensa

En el último ranking publicado por Reporteros Sin Fronteras sobre la situación de la libertad de prensa, España ocupa la posición número 29. Encabeza la lista Noruega y a la cola se sitúa Corea del Sur en la posición número 180. Por contextualizar los datos hay que decir que Francia y Reino Unido están por detrás de España, en el 34 y 35 puesto respectivamente; los vecinos portugueses en cambio nos aventajan notablemente situándose en el décimo lugar de la tabla mientras que EE. UU aparece en la posición 45.

Lo que más nos gusta de los rankings es establecer comparativas. Si cotejamos con ediciones anteriores, lo que más importa de cara a los parámetros que mide el que publica Reporteros Sin Fronteras es que España no ha variado su posición respecto a 2019, es decir se siguen haciendo las cosas igual de bien o igual de mal, según como se mire y con quien nos comparemos.

Esta conclusión tiene una importancia, que no debemos subestimar, porque el anuncio reciente de la puesta en marcha de una suerte de Comisión de Desinformación gubernamental dedicada a actuar ante y contra las fake news podría hacer retroceder a España posiciones en futuras ediciones del ranking y sacarnos los colores democráticos, porque la libertad de prensa, blindada constitucionalmente en nuestro país, la libertad de expresión y el acceso a la información son derechos de los ciudadanos inherentes al ejercicio de la actividad periodística y barómetro de la salud democrática de cualquier país.

La UNESCO destaca el papel que los medios juegan en el desarrollo y el diálogo entre las personas, así como la función que los medios ejercen en la protección y la promoción del resto de los derechos humanos.

En la era de la globalización y las Redes Sociales en la que la velocidad de creación y propagación de contenidos supera casi a la de la luz, tratar de discernir los verdaderos de los falsos no debería ser motivo de reproche, máxime cuando sabemos que la esencia del periodismo es la búsqueda de la verdad para ofrecer al ciudadano las herramientas que le permitan formar su propia opinión y procesar la información que recibe con sentido crítico.

El problema viene cuando se invierten los roles porque lo saludable es que sean los medios los encargados de fiscalizar la labor que desempeña la clase política y no al revés, el llamado cuarto poder del periodismo, que debe ser a todas luces independiente de los otros tres.

Ejemplos de lo que ocurre cuando no es así los encontramos a diario y no sólo en la cinematografía de Hollywood, sino que basta asomarse un poco al mundo para constatar la triste realidad de fenómenos como el mandatario Lukashenko agarrado al sillón presidencial en Bielorrusia, la sangría de muertes de periodistas en México que no cesa, o la matanza de los periodistas de Charlie Hebdo. Son todos ellos atentados flagrantes y claros contra la libertad de prensa y de información y condenables a todas luces.

Sin embargo, el asunto se vuelve mucho más complejo cuando entramos a valorar donde acaba la misión de un ente gubernamental de velar por el derecho al acceso a la información, del que también gozan los ciudadanos de cualquier democracia plena como la española, y donde empieza la labor de un organismo censor. La línea que separa ambas funciones es sumamente delgada y fácil de traspasar. El resultado puede ser exactamente el opuesto al que se espera obtener y que, en nombre de la verdad que se intenta proteger, se acabe censurando precisamente dicha verdad.

Para que la libertad de prensa perdure los periodistas de medios tienen la obligación de ejercer ese control sobre la información que emiten por ejemplo las instituciones. Las cadenas de televisión estadounidenses que interrumpieron la retransmisión del discurso del presidente Donald Trump por considerar que su contenido propiciaba la desinformación fueron a mi juicio un ejemplo que dignifica la profesión periodística. Gestos como ese nos recuerdan que no todo vale en política y para los olvidadizos ya están los periodistas de raza dispuestos a ejercer su vocación.

 

Por Ana Pereira, Directora de Estudio de Comunicación.

@anabepereira

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