El mal patrón

Recordando la parodia del líder nocivo al que encarna magistralmente Javier Bardem en la comedia El buen patrón, me vienen a la mente algunos personajes de actualidad a los que puedo identificar claramente con ese estilo de liderazgo caracterizado por comportamientos tóxicos, que afectan negativamente a los empleados y a la organización.

Este tipo de liderazgo se manifiesta de diversas formas, que abarcan desde el autoritarismo extremo, a la manipulación inmisericorde, pasando por el favoritismo, la falta abrumadora de ética y la desmotivación permanente del equipo.

Un mal líder no es nada empático porque no tiene en cuenta las necesidades emocionales o profesionales de los empleados. Delegar tampoco es lo suyo y acaba ejerciendo un control excesivo sobre cada tarea, impidiendo la autonomía y el desarrollo y crecimiento profesional del equipo.

Como la envidia le corroe, no soporta que sus empleados tengan éxito y no solo es que no les reconozca su esfuerzo, es que se apropia de sus logros y tristemente los vende como suyos, porque como buen narcisista que es solo se preocupa por su imagen y su propio éxito.

El mal patrón es capaz de generar un ambiente de miedo permanente y no tendrá dudas a la hora de usar amenazas, castigos o intimidación como herramientas de control. Tampoco es que vaya muy sobrado de visión y no es capaz de inspirar ni mostrar un rumbo claro al equipo, acusando de su falta de planificación seguramente a los de abajo y siendo servil con los que tenga por encima.

Como manipulador nato que es, se vale de engaños y juegos psicológicos para obtener beneficios personales. No es nada ecuánime y tiene favoritismos y es muy discriminatorio. Trata a ciertos empleados de manera injusta, generando resentimiento.

Su resistencia al cambio es manifiesta ya que se aferra a ideas obsoletas y rechaza de plano la innovación, pero además lo hace de una forma despectiva dejando en ridículo a quien haya osado proponer una mejora. Es además, un incompetente contumaz, que carece de las habilidades necesarias, pero se niega a aprender o delegar.

Tampoco es proclive a dejarse aconsejar, ni escucha ni valora opiniones contrarias a la suya y con un autoritarismo extremo, impone sus decisiones de manera unilateral pasando por encima de quien haya que pasar sin permitir debate ni cuestionamientos.

Las consecuencias que ese liderazgo nocivo acarrean a la empresa a largo plazo son por un lado la pérdida de talento a consecuencia de la alta rotación de personal y por otro la disminución de la productividad y la creatividad. Además, el ambiente laboral que se respira es tan denso, que casi se puede cortar con un cuchillo, circunstancias todas ellas que derivan en estrés y desgaste emocional en los empleados. En definitiva, un liderazgo nocivo desemboca en una mala reputación para la compañía, pues los empleados descontentos hablarán mal de la misma en cuanto puedan abandonarla, que será tan pronto como la oportunidad se les presente.

Este estilo de liderazgo afecta negativamente el desempeño, la moral y la salud emocional de los empleados, dañando a la larga también los resultados de la organización.

Imagínense ahora que ese líder nocivo estuviera al frente de una “empresa” cuyos resultados representaran el producto interior bruto más alto del mundo y que tuviera a su cargo una “plantilla” de casi 340 millones de “empleados”.

Por Ana Pereira, Asociada en Estudio de Comunicación.

@anabepereira

 

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