Danzad, malditos imputados

¿Falta alguien por imputar?

Porque están los jueces que no paran y las listas se engrosan a una velocidad que hace prever la saturación de los juzgados, de las audiencias y de todos los tribunales de justicia, por muy superiores o supremos que sean. Como a alguien le dé por sacar una cuenta exacta de políticos y adláteres metidos en danza, nos vamos a quedar pasmados.

Claro que para los Medios es, no diremos un gozo, pero sí una útil complacencia a la hora de los titulares y la reproducción de los farragosos y laboriosos autos que jueces y secretarios tratan de redactar con el máximo rigor y pulcritud.  No como algunos de la Audiencia Nacional, que no consideran que alguien pueda “pegar dos tiros” a un semejante, si ese alguien no tiene la licencia de armas. Tampoco es eso.

Pero lo cierto es que la temática y retórica jurídicas copan frecuentemente las portadas de los periódicos y las cabeceras y aperturas de los informativos de radio y televisión. Es lógico, por el interés que despiertan, como también los juicios de determinados casos, prácticamente televisados en directo. Así que nos podemos preguntar, porque preguntar no es ofender,  cuándo es inclinación de nuestro ánimo para conocer unos hechos o cuándo ese interés es malsano, es decir, morboso.

Si partimos del principio de que la información, además de una actividad legítima y un derecho de los ciudadanos, ha de servir, por ello, al interés general, tenemos que convenir en que, en muchas ocasiones, es el morbo lo que nos mueve. Así con la difusión de cuestiones íntimas sin trascendencia jurídica alguna, así con el regocijo en circunstancias personales que sirven para caricaturizar negativamente a ciertos personajes que, por muy populares y antipáticos que sean, tienen aun en el caso de imputación, el derecho a la presunción de inocencia.

Y, en ese sentido, harán bien en defenderla, no sólo jurídicamente sino, también, en el terreno de la comunicación con el asesoramiento de los profesionales en esta materia. Si en la jurisdicción de lo penal el imputado tiene la posibilidad de más de una instancia, no sucede lo mismo en “la instrucción informativa y de opinión” que  sufrirá en los Medios, que se pronunciarán, casi inapelablemente, sin ni siquiera oírle y sin sujeción alguna al principio de contradicción establecido en los procedimientos legales. En ellos no existe, generalmente, una segunda instancia y aplican el viejo principio de que quien calla, otorga. Y no olvidemos que la opinión publicada influye en las decisiones judiciales más de lo que parece. Se hace pues necesario establecer una estrategia de comunicación, unas acciones informativas y los mensajes necesarios para que el imputado pueda defender “su verdad” en defensa de su imagen y para aminorar el efecto negativo que causa en su entorno profesional, social y personal la noticia de su imputación.

Porque los imputados no pararán  en su involuntaria danza mientras no pare la música informativa. Y lo cierto es que maldita la gracia que les hace ese baile. Porque un imputado es, en términos jurídicos, “una persona cuya conducta presenta indicios racionales de la comisión de un delito”, pero en términos lingüísticos, algo más amplio: “ser responsable de un hecho o una conducta reprobable”, penalmente, claro, que de eso estamos hablando.

Alguno hace penitencia peregrina por adelantado, otros ostentación de actos benéficos y la mayoría un ejercicio pertinaz de sepulcral silencio. Porque el imputado sufre personal y socialmente y lleva en sus adentros una condena anticipada. Y, aunque recordar esto pueda no ser informativamente correcto, es la realidad. Pagan antes de ser condenados, si lo son, y, doblemente, si son considerados inocentes.

La sociedad tiene derecho a conocer cómo se comportan, sobre todos, los servidores públicos y sus representantes electos, y es tal la abundancia de casos que los ciudadanos estamos escandalizados.

Lo peor es que tenemos la sensación de que existe un manto protector y corporativo de la clase política con pocas explicaciones y escaso propósito de enmienda. Error, inmenso error, que no hace sino aumentar la desconfianza y la desafección. Será, como dicen los ‘malpensantes’, que son quienes suelen acertar, que poco o nada pueden explicar. Y, realmente, como en todos los órdenes de la vida, es mucho mayor el número de personas honradas, paradójicamente las más perjudicadas y, en consecuencia, las más obligadas moralmente a dar un paso adelante, aunque no sea nada fácil ponerle el cascabel a este tramposo gato.

Y ahí está la capacidad de comunicación, de explicar, de dar cuenta, de señalar las manzanas podridas y enseñar cómo se separan de la cesta. Capacidad para la autocrítica, el reconocimiento de errores y el ejercicio de pedir perdón, pues nadie puede aspirar a ser perdonado sin que medie petición. Serán estas personas  quienes ganen la legitimidad del poder con capacidad de ostentarlo y no de detentarlo en provecho propio y en perjuicio de los ciudadanos.

Creo que fue el dramaturgo francés Pierre de Corneille quien dijo aquello de que conviene que quien todo lo puede haya de temerlo todo, y en eso, afortunadamente,  los Medios no cerrarán la boca, aunque no siempre acierten en sus informaciones y opiniones. Por eso los imputados, políticos y adláteres principalmente, están, bien a su pesar, en esa diabólica e inacabable danza que recreaba Sidney Pollack en su famosa película, mientras  el público morboso se divierte.

Ramón Almendros, director de ESTUDIO DE COMUNICACION. España.

@RamonAlmendros

Puede ver aquí la reseña impresa.

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