En la era tecnológica que nos ha tocado vivir, la del homo conectado, uno de los atributos más inseparables de este curioso individuo que toma vida en cada uno de nosotros es la omnipresencia de su móvil, y no digo teléfono móvil, porque la telefonía es sólo una de las prestaciones de ese polivalente instrumento que tan pronto sirve para hablar por teléfono como para conectarse a internet, interactuar vía redes sociales, consultar la hora o un mapa, ver la agenda, leer libros, saber lo que falta para llegue el autobús, jugar, pagar…
A esa incompleta lista de funcionalidades le falta sin duda una que he reservado aposta: hacer fotografías. 176 años después de su invención y liberada definitivamente de los haluros de plata, la fotografía ha llegado a la cumbre de su implantación social. Hoy tiene el don de la ubicuidad gracias a su relación simbiótica con el móvil. Es posible que en zonas remotas de África muchos de sus habitantes no sepan leer ni escribir, pero todos los que tienen un móvil –más de los que se piensa, no en vano allí hay más móviles que inodoros- saben hacer una fotografía e incluso compartirla.
Desde el punto de vista de la estrategia de comunicación, este tic del hombre actual de hacer o hacerse una foto y compartirla, puede ser ventajosamente aprovechado para fomentar la popularidad y difusión de eventos, lugares, acciones, monumentos… basta con alentar la tendencia, sugerir la realización de fotografías en determinados puntos, animar a subirlas a la red, hacer concursos… en fin todo lo que se nos pueda ocurrir para cabalgar en la cresta de esta ola. Por cierto, que aquellos lugares turísticos como museos e instituciones que a día de hoy aún prohíben la toma de fotografías, deberían pensar si realmente esa cortapisa está justificada y aporta algo positivo o, por el contrario, lastra sus propias posibilidades de promoción.
Por Alberto Mariñas, Socio de Estudio de Comunicación. Madrid
@amarinas
