No me cansaré de escribir posts sobre rumores. Durante esta semana la Bolsa española no ha parado de precipitarse empujada por rumores de que nuestro país será el próximo en hundirse. El presidente del Gobierno ha tenido que salir al paso y decir que España no está en la misma situación que Grecia. Hasta la agencia de calificación Fitch ha tenido que reaccionar y desmentir que fuera a rebajar la calificación impuesta sobre España. Sin embargo, los rumores ya estaban en los parqués y era imposible pararlos.
Hace tiempo pensé que algún juicioso estudiante de periodismo debería plantearse hacer una tesis sobre cómo proliferan los rumores informativos y se ven abonados por la infinidad de cauces comunicativos que actualmente existen. Reflexiono sobre la dura tarea de “colocar” una nota de prensa bien escrita, estructurada y llena de verdades en los Medios de Comunicación y lo fácil que es soltar un rumor y que se vaya replicando de programa en programa, de Medio en Medio, de Web en Web. De verdad, creo que es algo que debería estudiarse.
Y por casualidad, paseándome por una librería descubro un libro titulado “Rumorología”, escrito por un tal Cass R. Sunstein, y leo en la contra que es, nada más y nada menos, director de la Oficina de Información y Asuntos Regulatorios de la Casa Blanca desde 2009, por lo que entiendo que es un ser con criterio y me compro el libro.
Me parece muy acertada la clasificación que hace de los ‘rumurólogos’, las personas que difunden estos infundios. Según Sunstein, los hay altruistas, lucrativos (¿estará detrás del día negro de nuestra Bolsa alguno de éstos..?) y propagadores malintencionados (¿o están aquí..?).
Me gusta aún más su tesis de que para que los rumores vayan engordando y haciéndose más fuertes, tienen que recaer sobre oyentes receptivos, y me inquieta su afirmación de que todo el mundo es objetivo de un rumor, porque nuestro cerebro está predispuesto a hacer coincidir la realidad con los prejuicios, y es que, según Sunstein, y yo estoy de acuerdo con él, el éxito de un rumor depende de que conecte con nuestras emociones.
Sea como fuere, tenemos que reflexionar sobre este fenómeno social. El típico cotilleo se está profesionalizando y se está convirtiendo en un arte de desinformar o mal informar o informar a malas, de hacer daño para conseguir un objetivo. Pero es que para mí el fin no justifica los medios. Seamos conscientes de que jugar con los rumores es jugar con fuego, pero cuidado, que ya se sabe que el que juega con fuego al final se quema…