Hace unos días os argumenté dos diferencias que, a mi juicio, encontraba entre el caso Watergate y la filtración de los cables diplomáticos de Estados Unidos. A medida que pasan los días, voy reafirmando mi opinión de que la publicación de Wikileaks y las revelaciones que hicieron caer a Richard Nixon no son comparables.
En primer lugar, Wikileaks no es el Washington Post. Es una asociación sin ánimo de lucro, no un medio de comunicación.
En segundo lugar, el trato y el cuidado dados a las fuentes principales de la información. Mientras la identidad de Garganta Profunda, que resultó ser nada más y nada menos que el número 2 del FBI de aquellos momentos, no se desveló hasta 33 años después del escándalo, el analista de inteligencia militar Bradley Manning se encuentra detenido en la base de los marines de Quantico a la espera de ser juzgado. Por no hablar de la alerta roja difundida por la Interpol en la orden de detención de Julian Assange.
Finalmente, las consecuencias. La investigación de Bernstein y Woodward acabó con la dimisión de Nixon y, aunque todavía desconocemos las implicaciones que tendrán las filtraciones de Wikileaks, mucho me temo que se reducirán a un simple cambio en los hábitos diplomáticos. O, más concretamente, en sus métodos de comunicación. Y, claro está, un endurecimiento de la legislación que regula la filtración de documentación secreta, lo que hace un flaco favor a la libertad de información.