Muchos de los consultores de mi firma, Estudio de Comunicación, hemos participado en la redacción del libro “La comunicación interna en la empresa. Claves y desafíos”, editado por AEDIPE (asociación profesional de responsables de RRHH) y patrocinado por el Banco de Santander. El objetivo que nos marcamos cuando empezamos a hacerlo fue sintetizar nuestra experiencia para ofrecer soluciones técnicas que puedan ayudar a quienes, por su labor en los departamentos de Recursos Humanos, necesitan apoyo de Comunicación, por un lado, y comprender nuestro trabajo, por otro.
El libro ya forma parte de la biblioteca de recursos humanos de AEDIPE y Estudio de Comunicación, al responsabilizarse de la autoría, ha emitido una nota en la que se explica el contenido del trabajo con más amplitud de la que admiten estas líneas.
¿Por qué me refiero al libro, entonces? Pues porque precisamente el día de su presentación, un directivo de comunicación nos ha contado algo de lo que no hablamos en las páginas de la obra, pero que es un mal común en las empresas. Por supuesto, en el ámbito de la comunicación interna, pero con toda una carga de repercusiones en otros aspectos, no solo de la comunicación.
Nos hablan de una mediana empresa de servicios, que hasta hace unos meses apenas si había sentido la crisis y que mostraba una, digamos, adecuada atención a la comunicación interna. Cuando han empezado a “pintar bastos”, no es sólo que los recortes hayan afectado al departamento de comunicación, es que el primer ejecutivo ya no tiene “tiempo para la comunicación interna, porque es mucho más importante salir a la calle a buscar clientes”.
Dudo que esta persona crea de verdad en la comunicación interna, que sepa ver cómo la productividad se incrementa en las empresas donde existe orgullo de pertenencia o que entienda qué es eso que siempre intentamos inculcar acerca de liderar la comunicación. A ver cómo le explican que es en los momentos más duros cuando más necesaria se hace una bien planificada comunicación interna.