La frase del título, con toda la carga de tono ácido que imaginarse pueda, me la espetó un autodefinido (tampoco tengo por qué dudarlo) experto en conducta humana. No se mucho más de la persona y, para ser sincera, tampoco me interesa más allá del dato anecdótico de haber coincidido con él y un conocido común en una cafetería cuya televisión ofrecía un capítulo de la serie americana “Miénteme” (Lie to me).
Y fue precisamente el meollo de la serie televisiva lo que llevó a la frasecita. La cosa argumental va de un grupo de colaboradores con la policía que son doctores y graduados en Ciencias de la Conducta (lo siento: no he averiguado si en España existe esa licenciatura; creo que no). Su misión es averiguar cuándo un implicado o un testigo faltan a la verdad analizando gestos, expresiones faciales, tonos de voz, posturas, posición de los ojos y de los labios… Incluso grado de nerviosismo en el interrogatorio, siempre indicativo de que uno es malo malísimo, según el latido perceptible de la carótida (¡Uf!).
Mi interlocutor, ya lo imaginan, comentaba las características de la serie cuando yo intenté rematarlo con la idea de coherencia en la comunicación. Cité, por ejemplo, la necesidad de que el lenguaje verbal y el no verbal digan lo mismo cuando un directivo se dirige a públicos internos o a periodistas, de que una ilustración en un folleto de prestigio comunique lo mismo que el texto, de que las fotografías de un director general en un acto determinado estén en consonancia con la representatividad socioeconómica que se reconoce a esa persona, etcétera. “Hay cientos de ejemplos más -dije más o menos- con palabras, sonidos, gestos, actitudes, forma de contar o manera de vestir en los que podemos ver que la incoherencia entre vías de emisión del mensaje hacen que éste se pierda o se distorsione”. “¡Vaya! -recibo como respuesta- Va a ser que…”.
Así que unifiqué mi gesto y mi voz, compuse mi postura más convincente, dejé que mis ojos se abriesen moderadamente en medio de un brillo triunfal, hice una leve pausa mientras le mantenía la mirada y entreabría un poco los labios para que desease la respuesta… y dije: “sí”.