Barak Obama fue el primer político que abrazó con entusiasmo las redes sociales dentro de la campaña electoral que le llevó a la Casa Blanca. Este elemento que se reveló clave al permitir una cercanía inédita hasta el momento en la relación de un político con sus electores ha tomado desde entonces carta de naturaleza globalmente. Un ejemplo destacado lo ofrece Sarah Palin, la ex gobernadora de Alaska, que aspiró a la vicepresidencia por el Partido Republicano en las últimas elecciones.
Palin ha hecho de las redes sociales el núcleo duro de su campaña de relanzamiento después del traspiés sufrido no sólo con su derrota sino con la imagen que quedó de ella: una política inculta, ultraconservadora, carente de visión estratégica. En la resurrección mediática que ha inaugurado en los últimos meses, Palin se presenta a sí misma como una visionaria de las redes sociales. Parafraseando a Descartes, Palin diría de sí misma: “Tuiteo, luego existo”.
Palin, que es una de las políticas más populares en Facebook, ha convertido Twitter en la herramienta de comunicación básica para opinar de todo y de todos en una estrategia que más que convencer o persuadir, parece destinada a reforzar a los miles de seguidores conservadores de los graneros de votos del medio oeste norteamerciano. Sus twitter van de la crítica desaforada, a los comentarios triviales en donde comenta que está haciendo footing por Central Park, subrayando así su faceta más humana y personal.
Y ahora me toca ponerme un tanto «seria». En este nuevo estilo de hacer política, en el que, dando la razón a MacLuhan, el medio es el mensaje, tienen también cabida las faltas ortográficas, que se exhiben sin pudor, hermanando así a la ultraconservadora política estadounidense con nuestra “princesa” del pueblo, Belén Esteban, cuyo asesores quizás le aconsejen, o hasta le escriban, sus tuiteos con evidentes incorrecciones, para propiciar esa especie de identificación popular que sólo posible desde la más elemental ignorancia acrítica.
