prnoticias, 28/05/2012.- En una ocasión, intentando explicar qué era esto de la Comunicación y a qué nos dedicábamos los profesionales que vivíamos de ella como asesores y consultores, un profano en la materia lo resumió de una forma que me llamó la atención: “eres un decorador de la palabra”.
Aunque me parece una explicación muy creativa, no puedo estar de acuerdo. Por supuesto que sí los hay en esta profesión que creen que el papel de un gestor de la Comunicación es convertirse en un lienzo entre los Medios y la fuente, cual pared de tela que entorpece el diálogo o incluso lo acalla. Estarán también aquellos que, independientemente del interlocutor que tengan en frente, intentarán colocar su mensaje sin fijarse en los matices, la luz y los colores que se esconden en el entorno en el que se encuentra ejecutando su obra. Y, en tercer lugar, habrá quien considere que con darle color y que se vea bonito, la técnica, el contenido y el público al que se dirige no importan porque el resultado final queda vistoso.
Pero, estoy segura, son los menos. Si he de buscar una evocación tan poética como la del profano, casi que prefería comparar nuestra profesión con la del Alquimista. Si bien no ansiamos la búsqueda de la piedra filosofal (o sí); sí nos imbuimos en distintas disciplinas y conocimientos para sacar lo mejor de todas ellas y poder transmitir de forma adecuada cada uno de los ejes y de los mensajes que guardan cada una de esas áreas especializadas.
Transmutamos una idea sin que su esencia quede alterada, sin desvirtuar la verdad que hay en ella, para que pueda ser comprendida por el público objetivo al que nos dirigimos. Este proceso comunicativo no sólo requiere de la aplicación de una teoría y técnica depurada; sino que, como en la Alquimia, sus resultados se basan en la experiencia y en el saber acumulado, ya sea por el individuo o por todo un Equipo, relativo a cada una de aquellas disciplinas que intervienen.
Porque la clave en toda Comunicación, y creo que puede aplicarse a todas las variantes de la misma, incluida la de las redes sociales, es la sinceridad. Por supuesto, que ambos interlocutores sepan en qué posición se encuentran y cuál es el papel de cada uno favorece el fair-play y que el diálogo entre los distintos actores fluya más (en cantidad) y mejor (en calidad).
Antes de que me llamen ingenua, aclaro que con “sinceridad” no quiero decir que haya que decirlo todo con el mínimo detalle y remontándonos al día que nacimos, sino que en lo que digamos debemos ser veraces. Una mentira, por muy bonita y estupenda que la presentemos, sigue siendo una mentira. Y su recorrido es corto. Aunque lo repitamos muchas veces, algo falso sigue siendo algo falso y nuestro receptor antes o después se dará cuenta. A partir de entonces, jamás podremos recuperar su confianza y nuestra credibilidad estará en entredicho.
Entre la mentira y la verdad quedan también los ahora tan de moda eufemismos y el lenguaje políticamente correcto. En las secciones dedicadas a la Política y a la Economía aparecen términos como “ajuste” en vez de recortes; expresiones como “crecimiento negativo” para hablar de recesión; “no dañar la esencia de algo” para reducir el efecto negativo de la aplicación de algo sobre otra cosa, y unos cuantos más que, aunque populares y vistosos, no responden a su realidad objetiva.
De nuevo, como en la Alquimia, en la Comunicación no hay fórmulas mágicas ni sencillas. Se trata de un proceso que requiere de un profundo análisis y conocimiento del medio y de las herramientas disponibles, de quiénes son los actores que participan en él, qué les caracteriza y cuál es su posición, y de tener claro, antes todo, qué queremos decir.
La lógica, la experiencia y la aplicación de un método estandarizado comprobado, resultado de muchos años de experiencia, suponen una ventaja para lograr nuestros objetivos dentro de la Comunicación. Una disciplina que sí, y aquí estoy de acuerdo con el profano, también es un Arte.