Superman y el derecho al olvido

Gracias a internet millones de personas han descubierto que cuando una artista se quita las bragas, en su ausencia aparece un rosado trasero ¡Qué horror! ¡Qué escándalo!  dicen muchos e incluso algunos se aprestan a repudiar a un ser tan vulgar. Es como si en el imaginario colectivo las personas conocidas, incluso las desconocidas, se equipararan a las estatuas de vírgenes y santos, con un vestuario inamovible y la constatación de que todos somos seres de la misma carne equivaliera a un sacrilegio. Gracias a las redes sociales hemos descubierto cosas como que fulanito se emborrachó una vez con sus amigos y parece que eso debe constituir un estigma que arruine su vida y su futuro profesional. Ahora sí, lo digo yo ¡Qué horror! ¡Qué escándalo!

Se habla mucho en los últimos meses y se hablará más, del derecho al olvido, como un concepto a desarrollar de cara a internet y las redes sociales.  El derecho al olvido, como todos los nuevos conceptos, está lleno de cuestiones apasionantes y controvertidas. Lo cierto es que las redes sociales con el ingente flujo de información personal compartida que generan, suponen un nuevo escenario de libertad y de riesgos. Y según sea uno optimista o catastrofista, resaltará unos u otros.

Desde mi punto de vista más allá de la discusión académica del tema, llena de  matices  y lindante con la libertad de expresión, hay una premisa que habrá que introducir poco a poco: la naturalidad. Ocurre que Superman no existe y nadie, sin excepción, es perfecto. Yo creo que más allá de establecer jurídicamente el derecho al olvido, habrá que incluir entre los valores de las empresas y las organizaciones el respeto a la vida privada de sus empleados o aspirantes a serlo y el que asuman con naturalidad que en las esfera privada los comportamientos son tan variados como lícitos.

¿Podríamos decir que ningún presidente de gobierno bebió de más en su vida, que ningún magistrado se ha hecho una foto frente al espejo, que ningún ilustre cirujano ha estado en una posición ridícula mientras bailaba en una boda…? la respuesta es tan obvia como innecesaria.  Y la moraleja parece diáfana: hay que juzgar a los profesionales por su desempeño y habría que censurar y reprobar a las empresas o instituciones que osen inmiscuirse en la vida de sus empleados o aspirantes porque demostrarán ser organizaciones enfermas de hipocresía.

Y aunque este tema creo que se encuentra más en el campo de los recursos humanos, creo que desde el mundo de la comunicación tenemos una cierta responsabilidad en la concienciación, la introducción de valores, la denuncia de abusos y la promoción de prácticas socialmente sanas y acordes con los tiempos que vivimos.

Por Alberto Mariñas, socio. Estudio de Comunicación.

@amarinas

 

Foto: andertoons

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