Entre las personas que nos dedicamos a este noble y viejo oficio que tiene que ver con el arte de juntar letras para comunicar algo a alguien, se acuñó, desde la irrupción de Internet, la frase ‘corta y pega’, en alusión a la facilidad que ofrecen las nuevas tecnologías para obtener información inmediata de múltiples fuentes. Sin embargo, la tentación de elegir el camino más corto también planea en la profesión, en sus diferentes facetas, y es la otra cara que posibilitan las nuevas tecnologías.
No en vano, el diario El País ha publicado recientemente que se acaba de descubrir un nuevo caso de fraude periodístico en los siempre rigurosos EE.UU., parece que en el resto del mundo no hay problemas de plagio o quizá es que los editores no aplican el mismo celo profesional. El caso es que, en esta ocasión, le ha tocado el turno a un joven redactor de la prestigiosa The New Yorker quien ha admitido errores de bulto e invenciones en las fuentes atribuidas de varios de sus artículos.
No se trata del primer caso, y me temo que no será el último, tras el célebre escándalo protagonizado en 2003 por Jayson Blair, nada que ver con el premier británico, que conste en aras de la rigurosidad informativa, quien admitió haberse inventado decenas de citas y fuentes en sus artículos publicados en The New York Times.
A tenor de lo anterior, cabe recordar que el rigor y la calidad deben ser siempre condición ‘sine qua non’ para ejercer desde los dos ‘lados de la barrera’. Es decir, tanto en el ámbito del periodismo en los Medios como desde el ejercicio de la comunicación en la esfera de los gabinetes y departamentos de prensa de las empresas e instituciones y que, por tanto, la tentación del plagio no sólo es privativa de los periodistas que ejercen su labor en los Medios si no que también puede ser un problema para los responsables de comunicación a la hora de realizar memorias, presentaciones, folletos, dossieres, cartas, comunicados y notas de prensa, entre otros.
Por Fernando Geijo, consultor senior.
@fergeijo
