Reporteros de guerra, la profesión más peligrosa del mundo

¿Qué tienen en común Robert Capa, Gerda Taro y David Seymour? Sin duda haber compartido amistad y escenarios, su oficio de reporteros de guerra, la fama… y haber muerto mientras ejercían su oficio de captar las imágenes con las que el resto de los ciudadanos construimos la memoria colectiva de los conflictos armados.

La lista de los reporteros de guerra fallecidos en el ejercicio de la profesión, unos cámara en mano otros con la pluma, es alarmantemente amplia. Según desde cuándo decidamos contabilizar, hablaríamos de miles de cruces en un imaginario camposanto de reporteros caídos.

Hasta no hace mucho el reportero se enfrentaba a la macabra lógica de que la proximidad al peligro te acaba haciendo víctima del peligro: bombas, minas, atropellos, disparos… las más de las veces fortuitos y algunas intencionados.

Sin embargo, los últimos años han hecho aún más peligrosa la labor del reportero porque ahora no se enfrenta ya solo al fuego amigo o enemigo y a la bala perdida sino también al secuestro. El periodista se ha convertido en una suculenta fuente de ingresos vía rescate o en una apreciada pieza de caza mayor cuya cabeza se corta como espeluznante trofeo.

Reporteros sin Fronteras acaba de presentar su manual de supervivencia para periodistas en el que ofrece los consejos de seguridad y protección que un reportero en territorio comanche debería seguir. Está bien, es útil seguro, pero hay un importante problema que es la precariedad de la profesión fruto de la cual cada vez son más los reporteros freelance en zonas de conflictos, ilusionados profesionales muchas veces bisoños, dispuestos a ganarse la vida aún a costa de perderla. Ellos no tienen la cobertura de un medio de comunicación, ni los recursos económicos para acceder a los fixers o al personal de seguridad.  Muchas veces tampoco tienen dinero suficiente para comprar un chaleco antibalas o un casco, como es el caso de Samar Abu Elouf, la reportera palestina que se ha hecho famosa por su triste figura envuelta en una bolsa de basura azul y una cacerola a modo de casco en la cabeza.

La “siniestralidad” de los reporteros ha llegado a hacerse tan alta que incluso la agencia AFP anunció recientemente que renunciaba por responsabilidad a comprar material de reporteros freelance en Siria por entender que hacerlo contribuía a fomentar su actividad en un entorno tan letalmente hostil.

Sin duda vivimos un tiempo nuevo en el que por primera vez el reportero se ha convertido no ya en una víctima colateral sino en un objetivo en sí mismo para aquellos que han decidido librar su guerra contra occidente tratando de monopolizar el uso de la propaganda.

J. Alberto Mariñas, Director. Estudio de Comunicación. Madrid
@amarinas

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