Viajar y entenderse con todo el mundo… ¿verdad que todos lo hemos deseado más de una vez? O ser capaces de hacer una conference call en nuestro trabajo con colegas o clientes de varios países, sin la más mínima sombra de duda sobre lo que nos dicen y seguros de que nos entienden. El secreto es simple: nos comunicamos con el idioma, pero hace falta que emisor y receptor hablen el mismo. Y aquí es donde entra la formación desde niños, porque solo cuando somos casi bebés es cuando tenemos auténtica capacidad para aprender uno, dos, tres… y siete idiomas más.
Cuando ya lo de llevarse en plan adosado un políglota mecánico, tipo el C-3PO de la Guerra de las Galaxias, ha pasado del sueño a la realidad gracias a aplicaciones de los smartphones que directamente o mediante auriculares funcionan como intérpretes incansables, un concurso de pequeños talentos de la televisión rusa descubre a una niña de siete tiernos añitos que se comunica fluidamente, además de en ruso, claro, en inglés, francés, alemán, español, chino y árabe. Han leído bien: siete años, siete idiomas. Es decir: si las lenguas más habladas del mundo son el chino (900 millones de personas), el inglés (unos 470 millones), el hindi (más de 420 millones), el español (360 millones) y el ruso (300 millones), la criaturita se puede comunicar con el 80,5 por ciento de esos habitantes, más franceses, alemanes y árabes. Y aunque hay 600 idiomas en el mundo que cuentan con más de 100.000 hablantes, cantidad que se considera mínima para la subsistencia de una lengua, se puede concluir que Bella, así se llama la criatura, es capaz de entenderse con casi la mitad de los habitantes del planeta Tierra sin despeinarse.
Tengo la sospecha, por lo que cuentan sus progenitores, que Bella tiene una vida mucho menos sacrificada que la de otros “niños prodigio” que también se pasean por los platós cantando, bailando o jugando al tenis. Me refiero a las horas de entrenamiento para aprender idiomas frente a las de hacer cabriolas, gorgoritos o darle a la bolita. Y el resultado es, en mi criterio, espectacular: tener la capacidad de comunicarse con una de cada dos personas con que pueda llegar a relacionarse en su lengua materna y con infinidad de otras más en las principales lenguas universales.
Qué deseable sería que nuestros hijos y nietos pudieran participar de un sistema de enseñanza que les permitiese llegar a su edad adulta pudiendo preguntar a cualquiera con una sonrisa en los labios: “¿en qué idioma nos comunicamos?”.
Jesús Ortiz, consultor sénior de Estudio de Comunicación España
@JesOrtizAl