Asumo que es complicado hoy en día hablar de Hispanidad y que, desde luego, no es posible identificar el concepto con casi nada que haya significado en un pasado no muy lejano. Y digo “casi nada” porque, como mantiene la Real Academia de la Historia, es más que probable que ‘sólo’ sea “algo sublime que nos hermana a más de 500 millones de personas de distinta raza, religión e ideología que usamos un lenguaje común”.
El término “hispanidad” se acuñó en 1929 en Argentina. Fue la propuesta del entonces sacerdote Zacarías de Vizarra, al que no entusiasmaba que la festividad del 12 de Octubre se llamase “Día de la Raza”. Publicó su proposición en el semanario bonaerense El Eco de España y encontró rápidamente un entusiasta prescriptor de la idea: en entonces embajador de España en Argentina, Ramiro de Maeztu. Su decidido apoyo al término se refleja en el artículo que el propio Maeztu publica (diciembre de 1931) en la recién nacida revista Acción Española.
Qué, ¿cómo se llegó desde la conmemoración de la llegada de Colón a América al “Día de la Raza”? Fue una idea del ministro de Alfonso XIII Faustino Rodríguez-San Pedro. Desde la presidencia de la Unión Ibero-Americana, propuso hacer algo que uniese España e Iberoamérica; consiguió que el 12 de octubre de 1914 se celebrase la primera “fiesta de la Raza” y un año más tarde, el “Día de la Raza”.
Pero entre el cura Zacarías y Ramiro de Maeztu, consiguieron que poco a poco todo el mundo fuese hablando de ‘hispanidad’ en vez de ‘raza’, hasta que un decreto de la Presidencia del Gobierno del 10 de enero de 1958 dejó la nueva denominación como forma oficial. Y así estuvimos hasta que la Ley 18/1987, de 7 de octubre, estableció la fecha como Fiesta Nacional de España, sin aludir en ningún momento a la raza o la hispanidad. La norma justifica la celebración porque “simboliza la efemérides histórica en la que España, a punto de concluir un proceso de construcción del Estado a partir de nuestra pluralidad cultural y política, y la integración de los Reinos de España en una misma Monarquía, inicia un período de proyección lingüística y cultural más allá de los límites europeos”.
¿Alguna curiosidad? Por no citar más que a los países hispanoamericanos en los que Estudio de Comunicación tiene Despacho propio, en México se sigue celebrando la fiesta como “Día de la Raza”, en Argentina el “Día de la Diversidad Cultural Americana” y en Chile el “Día del Descubrimiento de Dos Mundos”. Que por denominaciones no quede…
Dice la RAE que Hispanidad es, uno, el “carácter genérico de todos los pueblos de lengua y cultura hispánica” y, dos, el “conjunto y comunidad de los pueblos hispánicos”. Viéndolo sin connotaciones políticas (por favor…), apetece sentirse parte de esa cultura hispánica y celebrarlo, sí, disfrutando de una forma de expresión y de pensamiento que permite reír con Cervantes, disputar con Quevedo, amar con Darío, pasear con Machado, soñar con Lorca, ponerse existencialista con Borges, jugar a la rayuela con Cortázar, entrar en el realismo mágico con Rulfo o sentirse un poco premio Nóbel con José Echegaray, Jacinto Benavente, Gabriela Mistral, Juan Ramón Jiménez, Miguel Angel Asturias, Pablo Neruda, Vicente Aleixandre, Gabriel García Márquez, Camilo José Cela, Octavio Paz y Mario Vargas Llosa.
Nombres que no son más que una ínfima parte de los que han sido capaces de usar, embellecer y legarnos una misma lengua en los últimos 500 años. Y debe haber alguna forma de mantener vivo ese legado, de popularizarlo cada vez más, olvidando las a veces enojantes tendencias de lo ‘políticamente correcto’. No renuncio a trascribir el último párrafo del artículo antes citado de Ramiro de Maeztu: “Aunque es muy cierto que la Historia nos descubre dos Hispanidades diversas, que Herriot días pasados ha querido distinguir, diciendo que era la una la del Greco, con su misticismo, su ensoñación y su intelectualismo, y la otra de Goya, con su realismo y su afición a la ‘canalla’, y que pudieran llamarse también la España de Don Quijote y la de Sancho, la del espíritu y la de la materia, la verdad es que las dos no son sino una, y toda la cuestión se reduce a determinar quién debe gobernarla, si los suspiros o los eructos. Aquí ha triunfado, por el momento, Sancho; no me extrañará, sin embargo, que los pueblos de América acaben por seguir a Don Quijote. En todo caso, hallarán unos y otros su esperanza en la Historia: Ex proeterito spes in futurum”.
Por Jesús Ortiz, director en Estudio de Comunicación España.