¿Cómo nos aislamos de la desinformación sobre el coronavirus?

Top Comunicación.- Alberto Mariñas, socio de Estudio de Comunicación, señalaba en la presentación del estudio realizado por el equipo de la Firma: Cómo gestionar una crisis de fake news en la empresa “que las mentiras de diseño están hechas con elementos emocionales para conectar mejor con el público”. En esta crisis del coronavirus la empresa es cualquier país y los empleados somos todos los ciudadanos del mundo.

Pero no hace falta salir de nuestras fronteras para toparnos con los temidos bulos, ni tan siquiera de nuestras casas, basta con echar una ojeada al teléfono móvil. ¿Si tomamos precauciones para no infectarnos por el virus, no deberíamos hacer lo mismo para no contaminarnos con las noticias falsas? ¿Cómo conseguimos aislarnos de los bulos?. La respuesta no es tan simple cómo desconectar los datos del móvil.

Seguramente la idea de abandonar alguno de los grupos de Whatsapp o todos a la vez, (el de los vecinos de la urbanización, la clase de los niños, el de los compañeros de gimnasio o incluso el de los familiares) ante la avalancha de contenidos que arrastran cual riada nos ronda a muchos por la cabeza en estos días inciertos de aislamiento.

Si no lo hacemos es porque el miedo a perdernos algo importante, por mínimo que sea, supera con creces al hastío que nos produce el pitido de rigor, que indica que tenemos un nuevo mensaje del grupo en cuestión.

Entre las toneladas de noticias (unas de verdad y otras falsas), comentarios, indicaciones de las autoridades y chistes varios, que nos llegan en forma de retuits, reenvíos, los “pásalo”, los emoticonos, más retuits, más reenvíos y más “pásalo” los asustados ciudadanos a penas damos abasto estos días a filtrar aquello que verdaderamente importa e interesa, la información pura y genuina, contrastada y que nos ofrece datos rigurosos y útiles.

Al igual que ocurre con los más preciados minerales, en numerosas ocasiones la información que recibimos a través de todos esos grupos de chats de los que somos rehenes voluntarios, se encuentra enterrada entre capas y capas de basura digital y cual ingeniero de minas debemos trazarnos un buen plan si queremos ser capaces de llegar hasta la veta y no morir en el intento.

Si hasta hace escasas dos semanas, cuando nuestras vidas de ciudadanos occidentales transcurrían razonablemente tranquilas, mantenernos conectados y creernos así informados era vital, durante esta crisis sin precedentes en la que de repente todas nuestras rutinas han cambiado, mantenernos informados se ha convertido en una necesidad cuasi fisiológica cuya abstinencia nos genera desazón y malestar. ¿Alguien puede imaginarse que nos despertásemos mañana y no funcionara la Wi-Fi; que Twitter enmudeciera, o que el chat con nuestros vecinos, (por mucho que nos quejemos cada vez que llega un mensaje), se hubiera desvanecido?

En esa búsqueda de la verdad, nuestro hiper-consumismo informativo se ha convertido en una especie de bestia insaciable que alimentamos con gigas y gigas de datos y más datos, que no siempre son información.

Como habitantes de esta república intangible que es internet, estamos acostumbrados a procesar a la velocidad de la luz más información de la que nosotros mismos somos capaces de asimilar y reenviamos sin querer, sin saber, con la mejor de las voluntades, y en la mayoría de las ocasiones sin pensar, megas y megas de bulos y mentiras.

La regla de oro para aislarse de la desinformación es usar el sentido común y poner en cuarentena todo lo que nos llega a través de las redes sociales y de esos chats de Whatsapp, para no creernos a pies juntillas todo, solo porque nos lo reenvíe nuestro vecino del quinto.

Si nos lavamos las manos para no contagiarnos y no infectar a los demás, como ciudadanos responsables que somos, todos tenemos la obligación de pensar si el texto o vídeo, que estamos a punto de reenviar es cierto, si es relevante para el grupo o personas a las que se lo vamos a enviar y de dónde nos llega ese contenido. La sensatez es ante la desinformación lo que el gel desinfectante ante el virus.

 

Por Ana Pereira, directora en Estudio de Comunicación

@anabepereira

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