Tecnológicas o el ocaso de los dioses

Atrás parecen quedar ya los tiempos en los que trabajar en alguna de las grandes tecnológicas era sinónimo no solo de un rápido y efervescente desarrollo profesional, sino de un entorno y prestaciones que eran la envidia de muchos. Se exaltaban entonces la comodidad y confort de sus oficinas, donde los trabajadores además de trabajar podían divertirse, cuidar su salud y bienestar descansando en salas decoradas con colores relajantes y equipadas ex profeso con mullidas colchonetas y música para mitigar el estrés, con cómodas hamacas para hacer la siesta y futbolines y mesas de ping pong para demostrar su destreza.  Eran espacios creados para estimular o relajar la mente durante la jornada laboral. Y todo ello bajo una pátina de cambio de cultura empresarial hacia un modelo más abierto y horizontal, sin espacios compartimentados y jerárquicos, priorizando la fusión de valores organizacionales, el sentido de pertenencia, la gestión personal del tiempo y del trabajo, entre otras muchas cosas. Todos ellos, sin duda, valores incontestables que atrajeron a un buen número de talentos eclipsados por esta filosofía.   

Sin embargo, grandes tecnológicas que hasta hace poco eran integrantes del Olimpo de los dioses hoy parece que están en su ocaso, al menos desde el punto de vista laboral. Entre 2022 y el primer mes de 2023, más de 18.000 amazonies, 12.000 googlers, 11.000 trabajadores de Meta, propietaria de Facebook, Instagram y WhatsApp, 10.000 empleados de Microsoft o los más sonados y polémicos, aireados por el propio Elon Musk, de Twiter son buen ejemplo de la situación que está atravesando el sector. Ni tan siquiera mi querida Spotify se ha librado y ya se ha anunciado que despedirá al 6% de su plantilla. 

No corren buenos tiempos para las big tech y no solo en el ámbito laboral que, tras años de fuertes incrementos de plantillas -acelerados por el cambio de hábitos que supuso la pandemia-, contemplan drásticas reestructuraciones, sino también en los mercados. Así, destacados analistas apuntan al “fin de la fiesta del sector” e incluso algunos sugieren una nueva burbuja similar a la que se vivió en el año 2000, cuando se desató la crisis de las puntocom. En otras palabras, que “se desate la gran corrección que ponga en precio la situación que viven muchas empresas”. 

Y es en este difícil contexto en el que la Comunicación adquiere un valor esencial. La Comunicación directa y continuada tanto con empleados como con los mercados, reconociendo, si es necesario, los errores como lo hizo en su blog Mark Zuckerberg tras el anuncio de los despidos disculpándose por “su exceso de optimismo en el crecimiento de la compañía”.  

Es la hora del realismo, con hojas de ruta claras, con compromisos asumibles, cuantificables y, sobre todo, demostrables y comunicables en tiempo y forma adecuados. Consolidar y/o recuperar la confianza de los trabajadores que se quedan y de los inversores que continúan apostando por el sector, así como la de ganarse la de otros nuevos exige despojar la comunicación de soflamas internas, de palabras huecas y de proyectos ensoñadores. Este es, sin duda, uno de los mayores retos que tienen por delante muchas de las grandes tecnológicas. Y es que ya no se “compra” con la misma alegría el “voy a hacer” que “el he hecho”.  

 

Por Charo Gómez, Socia en Estudio de Comunicación

@CharoGmez1

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