Comunicar la sostenibilidad es rentable

Top Comunicación – Ana Pereira, Directora en Estudio de Comunicación

Fue a finales de la década de los 90, con el lanzamiento del Dow Jones Sustainability Index (primer índice global que introduce los criterios de sostenibilidad), y la puesta en marcha de los Principios Para la Inversión Responsable de la ONU – que tienen como objetivo contribuir al desarrollo de un sistema financiero más estable y sostenible – cuando el concepto de inversión sostenible o responsable llegó a nuestras vidas para quedarse.

Desde entonces, el mundo entero ha experimentado un profundo cambio social, tecnológico y económico, que nos ha llevado a caminar hacia modelos empresariales más sociales, sostenibles y responsables. Y esto se aplica a la inmensa mayoría de los sectores productivos donde ya se ha comenzado a trabajar de un modo diferente.

Que incluir la sostenibilidad en el modelo de negocio de una empresa es fundamental para su éxito está fuera ya de toda duda, y la pandemia del Covid-19 y la guerra en Ucrania han sido fenómenos tan desestabilizantes que nos han permitido darnos cuenta, empresarial y personalmente, de lo frágil que es el ecosistema del ser humano y de la necesidad de cuidar y preservar su entorno teniendo en cuenta los ESG.

Los cambios que hemos vivido han sido tan bruscos, que nos han obligado a, en poco tiempo, poner en la agenda socioeconómica todas las cuestiones relacionadas con la sostenibilidad y los conocidos como criterios ESG. Estas iniciales se refieren a los factores ambientales, sociales y de gobernanza (Environmental, Social and Governance) que toda empresa debe aplicar, pues son indicadores de calidad de la misma y definen su responsabilidad y compromiso con la sociedad. Es ésta última la que exige esa responsabilidad en la actividad de las empresas y, cada vez más, las castiga reputacionalmente si no las cumplen. No cabe duda de que una buena gestión de ESG tiene un impacto positivo en los resultados financieros de una compañía y viceversa.

Todos hemos podido contemplar, durante los últimos años, cómo estos criterios han cobrado cada vez más importancia en todos los sectores, hasta convertirse en una tendencia global en las transformaciones sociales y económicas.

En una reciente encuesta elaborada por PwC, inversores de todo el mundo situaban los aspectos ESG, como el buen gobierno empresarial y la reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, entre las cinco principales prioridades de sus empresas. Y, aunque no es menos cierto que, los mismos que realizan esta afirmación, no están dispuestos a renunciar a rentabilidad de sus inversiones para avanzar en la consecución de estos objetivos, se evidencia que, para los inversores, la sostenibilidad tiene un gran impacto a la hora de invertir en un sector o no hacerlo.

La sostenibilidad se ha convertido en un intangible de alto valor a la hora de captar inversión: las empresas dedican mucho tiempo y recursos a conseguir financiación mediante los llamados créditos verdes y a alcanzar la máxima puntuación en las certificaciones internacionales y, de manera progresiva, la sostenibilidad gana cada vez más peso en sus planes de negocio.

Ahora bien, ¿qué ocurre cuando una empresa realmente hace sus deberes en materia de sostenibilidad pero no lo cuenta por miedo a ser acusada de practicar el greenwashing?, una mala praxis que consiste en hacer creer que una organización defiende valores ecológicos cuando en realidad sus acciones demuestran todo lo contrario. Una circunstancia que, desafortunadamente, ocurre con más frecuencia de lo debido y por la que acaban pagando, como en casi todo en la vida, justos por pecadores.

Las empresas tienen una responsabilidad que va más allá de cumplir con los ESG. Cualquier organización que trabaje la sostenibilidad debe contarlo, porque su ejemplo puede contribuir a concienciar acerca de que hay otras alternativas a la hora de utilizar los recursos, debe marcar tendencia y mostrar a otros actores económicos el camino de la sostenibilidad, porque la suma de todos estos factores no solo es positiva para la preservación de nuestro entorno, sino que redunda en la generación de beneficio y retorno para accionistas, empleados y para la comunidad en general. Es decir, ser responsables tiene beneficios. También financieros, pero si no lo contamos es como si no lo fuéramos.

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