En los medios, el derecho de réplica de las empresas se ha convertido en algo discrecional, muy lejos de ser un deber en el buen ejercicio de la profesión del periodismo. Pocos redactores en España levantan el teléfono para buscar declaraciones que reflejen la posición de una empresa cuando esta se ha visto salpicada por informaciones negativas procedentes de fuentes externas o, a veces, incluso ni de eso.
Esa práctica denota el escaso rigor que, en ocasiones, destilan las noticias, más inclinadas hacia el sensacionalismo del titular para tener más opciones de ser leído en la batalla diaria por el clic, sobre todo en los periódicos digitales. Se sacrifica contar una parte de la realidad para evitar que cualquier desmentido o matización por parte de un portavoz de la compañía que acapara las miradas desluzca el impacto inicial de la pieza. Por contra, se premia la interpretación, porque normalmente hay cabos sueltos en la historia que se tratan de esconder para ganar consistencia, empezando por no incluir al menos una frase que resuma la visión de la empresa al respecto. Es preceptivo entonces preguntarse: ¿realmente se está contando la verdad?
En este sentido, los periódicos y agencias de noticias anglosajones tienen a gala cumplir con la necesidad de recabar la opinión de la empresa en cuestión para incluirla en el texto como una perspectiva más para apuntalar la credibilidad de la información. Esta es una rutina que en el periodismo español es una quimera, lo que, lamentablemente, repercute en su prestigio, del que sí gozan las cabeceras británicas o estadounidenses, algunas de ellas con más de 100 años de historia en los que se ha respetado el derecho a la réplica que tiene toda persona natural o jurídica que se considere injustamente tratada por una información publicada.
En algunos casos, la baja calidad de este tipo de informaciones que ponen en tela de juicio la reputación de una empresa es apabullante y no se corresponde con el sentido común que debería tener alguien que ha cursado estudios universitarios de Periodismo, donde hay que examinarse de una asignatura denominada Ética y Deontología Profesional, la “María” de la carrera, pensarán muchos, los mismos que renuncian no ya a categorizar las fuentes, sino a hacer un mínimo intento de hablar con el protagonista del artículo -la empresa-, como si esto fuera algo accesorio. En resumen, se normaliza la versión parcial de los hechos, agravando un problema cada día más acuciante en la prensa española: el de no constatar todas y cada una de las fuentes que pueden proporcionar información para trasladar lo que sucede a los lectores.
Eso, desde luego, es más sencillo, lleva menos trabajo y resulta recompensado por los jefes de muchas redacciones, ya que de esa forma se producen titulares llamativos, aunque el cuerpo de la noticia sea un erial. Cuanto más de estos artículos, mejor. El periodismo cotiza al peso y citar a un abanico de fuentes, aunque sus narrativas enriquezcan el contenido, no es interesante si lo que se busca es alcanzar unas buenas cifras de tráfico todos los meses: se pierde tiempo en llamadas que puede emplearse en perseguir otros temas.
Ante esta tesitura, las empresas que se vean súbitamente en el ojo del huracán deben anticiparse y emitir comunicados en los que expongan sus razones con veracidad para atajar cualquier tipo de duda sobre su reputación. En este caso, sería insensato que el periodista cayera en la sospecha plasmada en aquella locución latina que decía “excusatio non petita, accusatio manifesta”. Mejor debe atender a aquella otra que divulgaron Kant y Horacio: “Sapere aude” (atrévete a saber).
Carlos López, consultor sénior en Estudio de Comunicación