El Día de Libro no debe ser un día más

Hoy es el Día del Libro, así que es un buen momento para recordar este dato: nada menos que el 36% de los españoles no lee nunca o casi nunca. La falta de tiempo, la preferencia por otros modos de entretenimientos o, directamente, el desinterés por la lectura son los principales motivos, según el ‘Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros en España 2023’. O como diría Umberto Eco, el mundo está lleno de libros preciosos que nadie lee.

Y es verdad, el ritmo de vida es muy exigente y no sería justo criminalizar a nadie por no sentarse a deleitarse con los Episodios Nacionales de Galdós después de un día de duro trabajo o a poner la mente en otra parte con la última novela de Gómez-Jurado. Bastante tenemos. Pero sí es cierto que adoptar un hábito desde pequeños nos abre muchas puertas que, pasados los años y a pesar de las tempestades, no se pueden cerrar o, al menos, quedan deliberadamente entreabiertas. La maravilla de imaginar historias con un libro en las manos es un milagro de la vida y, además, es inagotable. Aprender a leer es encender un fuego, ilustraba Víctor Hugo. Sin embargo, los patrones de la sociedad, en general, nos inoculan el culto de lo material, que es cosa perecedera, sin ser conscientes de que el saber es quizá el único patrimonio que nunca se acaba y que podemos hacer crecer cuanto queramos. Es curioso como veneramos tanto lo primero y tan poco lo segundo. No pensamos en que leer nos diferencia, nos da una visión más abierta de las cosas, un entendimiento más sólido de lo que sucede a nuestro alrededor, nos perfecciona la manera de expresarnos, de comunicarnos, nos hace mejores.

En un mundo tan competitivo y desigual, en el que coste de todo sube tanto, en el que el empleo de calidad y duradero es casi una pieza de museo que gran parte de la población contempla en la distancia y con vitrina de por medio, es fundamental hacer comprender a los niños la importancia que tienen los libros, no solo para su desarrollo como personas y su disfrute, sino también para que estén preparados para los tiempos que vienen, que serán más difíciles que los actuales. Cuantos más libros lean, más posibilidades tendrán de superar la selección natural que se avecina. En el mundo, sólo un 1% lee más de un libro al mes. Pertenecer a ese pequeño grupo de personas, sin duda, supondrá un valor adicional frente al resto porque potenciará el talento. Y eso en algún momento atraerá la atención de las empresas o generará ideas originales de emprendimiento para los que monten su negocio por su cuenta.

Leer, sea una obra de teatro, un ensayo o un manual técnico, siempre implica aprender, poner a pensar a la materia gris. No hablamos solo de un refugio en lo novelesco para evadirnos en nuestros ratos de ocio -los libros son el único lugar de la casa donde todavía se puede estar tranquilo, confesaba Cortázar- o para ser libres en un entorno cada vez más tensionado por lo políticamente correcto -la literatura es siempre una expedición a la verdad, según Kafka-, sino de una herramienta fundamental para innovar gracias a la creatividad y al conocimiento. Justo ahí radica el necesario cambio de nuestro modelo productivo, porque no es lo mismo ser líderes mundiales en la fabricación de semiconductores, una industria con un enorme valor añadido, que en el turismo de sol y playa. O quizá nos venga bien el cinismo irreverente de Ignatius Reilly, el protagonista de ‘La conjura de los necios’, para poner en solfa las partes del sistema que no funcionan y proponer otras opciones.

Por eso, no nos quedemos con el 23 de abril como una fecha meramente simbólica en la que se regala un libro y una rosa, como una bonita tradición susceptible de tener su minuto de gloria en los telediarios y hasta el año que viene. Es el reclamo perfecto para concienciar a la sociedad de las incontables bondades de este hábito de la lectura, no para presumir, petulantes, de cultura delante de cualquiera, sino para que nuestras nuevas generaciones puedan sobrevivir al futuro con solvencia. Como advierte Houellebecq, vivir sin leer es peligroso, porque obliga a conformarse con la vida.

Por Carlos López, consultor sénior en Estudio de Comunicación

@clopezperea

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