Generación Z: Más botellón y menos selfies

Cuesta bastante pensar que hace apenas 30 años, en los albores de internet y los móviles, las interacciones sociales de los jóvenes no dependían, ni de lejos, de la tecnología, como ocurre en la actualidad. Vamos, antes de ayer. Y aunque es cierto que la fiebre del botellón ensució las calles de envases de plástico y desperdicios, también tuvo una función social indiscutible: la de fomentar encuentros de carne y hueso, haciendo germinar una cercanía en el seno de la juventud que hoy se empieza a añorar.

Muchos de los miembros de la denominada Generación Z, los nacidos entre 1997 y 2012, han cambiado eso por una dependencia extrema de las redes sociales para gestionar sus relaciones personales y su entretenimiento. Esta ha sido la primera generación que ha nacido y crecido en la era de los teléfonos inteligentes, lo que abocó a muchos niños a manejar a diario estos dispositivos, arrastrados por cambios tecnológicos y culturales profundos. Mientras tenían un acceso sin restricciones a las redes sociales e interiorizaban la “esclavitud de los likes” como un código social más, el mundo adulto puso más su atención en la protección de sus hijos de las amenazas del mundo real y, sin quererlo, dejó abierta de par en par la puerta al universo virtual, con las cosas buenas y las cosas malas que esto supuso.

Tampoco se trata de demonizar las infinitas ventajas que ofrecen las nuevas tecnologías, que son una fuente de conocimiento inabarcable -no se cansó de repetir esta idea el filósofo Antonio Escohotado-, pero sí es cierto que el peaje que han tenido que pagar muchos jóvenes ha sido enorme: se habla de la Generación Z como la “generación ansiosa”, víctima de un incremento significativo de enfermedades mentales y procesos depresivos, que el psicólogo Jonathan Haidt atribuye a la sobreexposición al mundo digital. En otras palabras, un colapso en toda regla de la salud mental en edades tempranas, cuando el tallo aún está arraigándose en el suelo.

Este experto asegura que el uso excesivo de las redes sociales tiene como efecto directo privación social, aislamiento, adicción, falta de sueño y atención, un cóctel que, en su opinión, ha elevado la tasa de suicidios entre los jóvenes, muchos de ellos mutilados de sus habilidades sociales básicas.

La avalancha de información y de incesantes notificaciones en nuestros smartphones no es algo inocuo, según Haidt. Forma parte de una tendencia global que provoca trastornos e influye de forma determinante en la conducta de los adolescentes, hasta tal punto de ser la causa de una emergencia de salud pública sin precedentes. Esta es su tesis, a la que, por otro lado, no le faltan detractores que le acusan de falta de evidencias en sus argumentos. Cada uno puede estar más o menos de acuerdo con ella. A mí, si me dan a elegir, prefiero el botellón al selfie, pero cuéntaselo a los jóvenes.

Por Carlos López Perea, consultor sénior en Estudio de Comunicación

@clopezperea

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