La doble cara de la cultura de la cancelación

La «cultura de la cancelación» se refiere al fenómeno social donde individuos o grupos son boicoteados o excluidos por sus acciones o declaraciones, a menudo consideradas ofensivas o inapropiadas. Una suerte de condena que, gracias al altavoz de las redes sociales, puede convertirse en una campaña de gran dimensión. Esta campaña puede tomar diferentes formas, incluyendo la presión para suspender las apariciones públicas de la persona a cancelar o, en el caso de empresas o entidades, la organización de boicots.
El término “cancelación” viene del inglés cancellation y aunque esta práctica se remonta a la Alemania Nazi, ha sido en los últimos años y a causa de las redes sociales cuando ha pasado a considerarse un fenómeno social actual.
Sus seguidores afirman que a la hora de expresar ideas, si su autor pasa a ser un personaje público, un referente, se han de poder cancelar si es necesario. De esta manera se genera una especie de presión que, según los defensores, fomenta la responsabilidad, especialmente de las personas con poder o influencia, y promueve unos estándares más altos de conducta ética y profesional.  También argumentan a su favor que la cultura de la cancelación puede ofrecer una plataforma para que las voces oprimidas sean escuchadas, permitiendo abordar públicamente sus problemas. Todo esto puede llevar a un cambio social positivo, alentando a más individuos y organizaciones a comportarse de manera respetuosa y justa.
Sin embargo, sus detractores consideran que la rapidez con la que se ejecutan las cancelaciones a menudo impide un examen adecuado de los hechos. Esto puede resultar en daños irreparables para quienes son injustamente cancelados basándose en acusaciones no verificadas o malinterpretadas. Otro argumento en contra es que el miedo a ser cancelado puede llevar a individuos y organizaciones a autocensurarse, limitando la diversidad de opiniones en el espacio público. Esto puede empobrecer el debate y la discusión, elementos esenciales en cualquier sociedad democrática. Además, los que opinan en contra dicen que la cultura de la cancelación a menudo no deja espacio para el arrepentimiento o la corrección de errores. Este enfoque puede impedir la rehabilitación, promoviendo una sociedad menos compasiva y más vengativa.
Estos argumentos ilustran las dimensiones éticas, sociales y prácticas del debate sobre la cultura de la cancelación. Así, este fenómeno continúa siendo un tema polarizador en las discusiones sobre los límites y responsabilidades en la era digital. Por un lado, este fenómeno puede servir como un poderoso mecanismo de responsabilidad social, proporcionando voz a las comunidades marginadas y promoviendo estándares éticos más elevados entre personas influyentes. Por otro lado, la falta de un proceso adecuado y la posibilidad de consecuencias irreversibles para los injustamente acusados presentan serias preocupaciones éticas y prácticas. Además, la cultura de la cancelación puede inhibir la diversidad de pensamiento y diálogo abierto, fundamentales para una sociedad democrática saludable. Por lo tanto, es esencial encontrar un equilibrio que permita tanto la corrección de los errores como la oportunidad para la redención y el debate constructivo, garantizando así que las acciones impulsadas por este fenómeno contribuyan realmente a la construcción de una sociedad más justa y respetuosa.
Por Patricia Núñez, consultora sénior en Estudio de Comunicación.
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