Pongamos dos consultores de comunicación independientes a los que dos partes en conflicto contratan; uno con cada parte, claro. Hasta hace bien poco, el trabajo no pedía que cada cual se manifestase o no a favor de las tesis de sus respectivos clientes, dando por supuesto que las asumen además de comprenderlas. Esto último es imprescindible para una correcta planificación y ejecución de esos planes. Pero ahora, ¿qué postura debe tomar el consultor con su perfil en Twitter?
La reflexión surgió hace unas semanas tras ver los tuis de un colega que, lo supe después, había sido contratado por una de las partes inmersas en un conflicto grave -podría decir que uno de tantos en esta nuestra convulsa sociedad-, que “promete” para los próximos meses. Y me sorprendió que dedicase varias tandas de 140 caracteres a poner en duda lo dicho por una de las partes: la de los contrarios a sus asesorados. Para que no queden dudas: no es que mi colega tuitease como representante de ese grupo o retuitease lo que éste decía, no… ¡lo hacía a título personal! Y lo que es más llamativo: atacaba con la nómina completa de los argumentos esgrimidos por sus representados.
En el otro lado de la balanza está el otro colega, contratado por la otra parte, que mantiene activo su perfil profesional y personal con lo que considera tiene que ver con su profesión, pero sin entrar a formar parte del conflicto. Por supuesto, ambos han recomendado crear un perfil de cada una de las partes. Con ellos dirimen las diferencias de criterios públicamente y dan respuesta al resto de los usuarios de la Red. Eso forma parte ya del protocolo habitual.
La cuestión es: ¿resulta prudente que uno de los consultores ataque a la otra parte? Cuando el lector ve algo de eso, ¿piensa que el tuitero es honesto en sus comentarios o que simplemente se vende en cada ocasión al mejor postor? Si la respuesta coincide con el segundo supuesto, está claro que el consultor “malo” pierde toda la credibilidad para sus seguidores. Y si esto sucede, mal servicio hace a sus asesorados. Mal para él, mal para sus intenciones (seguro que buenas, aunque…) y mal para quienes le contratan.
He aquí una nueva muestra de que el “sentido común 2.0” debe funcionar como el más puramente “analógico”.
Por Jesús Ortiz, consultor senior.
@JesOrtizAl