La sonrisa de Donald Tusk

Dentro de un tiempo cuando busquemos en Internet imágenes para ilustrar el “Brexit”, en la foto que quedará para la posteridad, veremos aquella en la que el presidente del Consejo (no tan) Europeo, Donald Tusk, sonríe con poca convicción, mientras sostiene entre sus manos la que no ha tardado en ser rebautizada como la petición de divorcio del Reino (no tan) Unido.

Al ver la imagen, que se ha repetido hasta la saciedad en las portadas de los diarios de todo el continente en los últimos días, cabe preguntarse si es más una risa nerviosa o un posado para las muchas cámaras que querían atrapar ese momento histórico, esa conjugación entre un inexorable salto al vacío -sin red ni paracaídas- y la irrevocable puesta en marcha de la cuenta atrás para la salida de la (no tan) Unión de uno de sus socios más pragmáticos e implacables.

Lo cierto es que Donald Tusk al igual que cualquier otro de los altos representantes de la Unión Europea no tiene muchas razones para sonreír últimamente. No hace falta ser un lince para concluir que Europa tiene un claro problema de imagen, credibilidad y reputación agravado si cabe por declaraciones tan sinceras como poco afortunadas de algunos de sus políticos más insignes, que no han contribuido sino a echar gasolina a una hoguera en la que prendió hace ya mucho tiempo hasta el asta de las banderas de los Estados miembros.

No hay protección ignífuga contra las demonizaciones de los euroescépticos, muchos de los cuales ni siquiera habían nacido cuando se gestó la idea de crear una Europa próspera, pacífica y unida y los que lo habían hecho piensan que Konrad Adenauer o Robert Schuman fueron jugadores del Bayer de Munich. Como tampoco hay protección contra los estereotipos de abnegadas hormigas calvinistas, que se afanan día a día por llenar los graneros de la Unión, mientras que las cigarras mediterráneas tuestan sus cuerpos al sol. Si al cóctel de la ignorancia añadimos la nula efectividad que han tenido las instituciones europeas a la hora de gestionar la crisis de los refugiados y tenemos como telón de fondo 10 años de crisis económica, verdaderamente a Donald Tusk no le quedan muchas razones para sonreír.

Se da la paradoja de que si atendemos a los datos de Metroscopia el porcentaje de quienes piensan que, en conjunto, la pertenencia a la Unión Europea ha sido beneficiosa para nuestro país ha seguido siendo ampliamente mayoritario: Del 80% en 2009 (en el comienzo de la crisis económica) se pasó al 65% en 2014 (el peor año desde el punto de vista de la confianza institucional en nuestro país) y subió al 70% en 2015.

Todo ello pese al desgaste manifiesto que ha sufrido tanto la imagen como la confianza de los españoles en las instituciones de Bruselas. ¿Qué ocurre entonces?. Si realmente, y España sólo es un ejemplo, en el fondo los ciudadanos del continente siguen apostando en líneas generales por una Europa próspera, pacífica y unida. El diagnóstico es muy simple: A la Unión Europea le pueden los titulares negativos frente a la gestión postiva, que no está siendo capaz de contarnos y parece estar peor de lo que en realidad está..

Una mastodóntica burocracia unida a la mesura y la discreción, que caracteriza a la diplomacia hacen que la Unión Europea se venda mal frente al mundo y, lo que es peor aún, frente a sus propios ciudadanos. Nuestras altas instituciones están abarrotadas de gestores discretos con muchos y muy variados perfiles profesionales pero escasean entre ellos los directores de comunicación y, por supuesto, los hombres de traje negro, no saben ni de lejos lo que es la comunicación interna. ¿Qué pensarían los empleados de una gran multinacional implantada en 28 Estados si encontraran en la prensa una foto del presidente de la compañía sonriendo de manera forzada al recibir el ultimátum de una de sus filiales, anunciándole un spin-off de la misma?.

Sin desmerecer los muchos e importantes logros que la Unión Europea ha alcanzado desde la mitad del siglo pasado, a día de hoy tiene un sinfín de frentes abiertos, pero las instituciones con las que nos identificamos la mayoría de los europeos no podrán afrontar los retos del futuro si no solucionan primero su problema de imagen, credibilidad y reputación, tres intangibles, que si no se mantienen en el umbral de lo razonablemente satisfactorio, pueden dar al traste con esa visión de una Europa próspera, pacífica y unida con la que soñaron nuestros padres en el siglo pasado.

Por Ana Pereira, consultora sénior de Estudio de Comunicación España.

@anabepereira

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