En el reciente y doloroso terremoto que azotó a México, afloró no solo la unidad de los mexicanos y la sorprendente reacción de los millenials, sino un movimiento en las redes sociales de categoría 10 en la escala de Richter.
Las dramáticas y estremecedoras escenas que se vieron en el terremoto ocurrido en el centro de la república mexicana, y en particular la ciudad de México, dieron la vuelta al mundo y detonaron una actividad nunca vista -por lo menos en México- en las redes sociales.
Por elemental lógica, se han hecho múltiples comparaciones entre el sismo que sacudió la ciudad de México en septiembre 19 de 1985 (10,000 muertos, se estima) y el de septiembre 19 del 2017 (alrededor de 300 muertos). Si bien surgen cuestiones obvias como los daños físicos, su fuerza destructora y el número de pérdidas humanas, lo que despunta de manera notable entre ambos, fue el poder de reacción de la sociedad. En efecto, el común denominador que habría que resaltar entre ambos acontecimientos, es el de la ejemplar solidaridad del pueblo mexicano, mientras la evidente y notable diferencia fue la capacidad de reacción de la autoridad y la sociedad civil, que en esta ocasión -en gran medida- fue estimulada a través de a las redes sociales. Habría que destacar la de los millenials que aparecieron como un verdadero escuadrón de voluntarios.
Llamadas de auxilio, derrumbes de edificios en tiempo real, solicitud de bienes y servicios, búsqueda de personas, consejos, recomendaciones, en fin, muchos contenidos, que aportaron a las labores de rescate y a atención para los damnificados, inundaron las redes sociales. Fue tal el efecto de las redes sociales, que algunas de las labores de rescate y ayuda se vieron entorpecidas por el volumen y la rapidez de la respuesta por parte de los ciudadanos. Una compleja y espontánea estrategia de logística se improvisó a través de las redes con resultados admirables y si, también hay que decirlo, con desorganización y nutrida confusión.
Y hubo quienes se valieron de las redes sociales, tanto personas como organizaciones, para denostar, descalificar y desorientar. Las “fake news” encontraron un caldo de cultivo para estallar con toda su fuerza. Con una irresponsabilidad desproporcional, se esparcieron “noticias”, como la que pronosticaba un terremoto de proporciones funestas; falsas alarmas; peticiones de ayuda en donde no se requería; centros de acopio simulados; denuncias sobre presuntas tropelías de las autoridades y hasta críticas al comercio y corporaciones privadas por su aparente inacción. El contexto no ayuda y por el contrario si abona. Ante el descrédito de los gobernantes y las instituciones, su escasa credibilidad y la corrupción rampante, todas esas “fake news” tuvieron un efecto rebote desproporcional. Y esto se generaba a todos los niveles de los estratos sociales. Pocos, pocos realmente se molestaron en no ser víctimas del “fake news”, recurriendo a fuentes formales y/u oficiales y de desmentirlo.
Los mexicanos que vivimos el devastador terremoto de 1985, obtuvimos un sin número de aprendizajes que fueron muy valiosos para enfrentar la calamidad actual. Lo sobrevivimos sin las redes sociales, que hoy también nos dan una enorme lección de su valor y de su peso, pero también de su desfachatez e insolencia. En comunicación digital, seguimos viviendo en el proceso de prueba-error.
Por Manuel Alonso, Director General de AB Estudio de Comunicación México
@abcomx