Las redes sociales e internet son un poderoso altavoz para hacer llegar nuestro mensaje a multitud de personas de manera rápida, eficaz y masiva, llegando incluso a viralizarse en muchas ocasiones. Son una eficaz herramienta de difusión con una vertiente negativa que ayuda a divulgar discursos machistas, homófobos, xenófobos e ideologías intolerantes que atentan contra la dignidad de las personas, perpetúan estereotipos discriminatorios y fomentan la marginación de colectivos vulnerables.
El punto de inflexión para el estallido del discurso de odio en las redes sociales fue, en opinión de António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, la pandemia de la COVID-19. Aquel momento duro y excepcional que nos tocó vivir provocó miedo, tensión y preocupación y encendió la mecha de la crispación en las redes, propagando como la pólvora mensajes crueles y dañinos.
Desde entonces, no ha parado de aumentar el número de usuarios que lanzan y comparten contenidos de odio envalentonados por no tener que dar la cara, escondidos tras el anonimato y el uso de pseudónimos, con la falsa sensación de impunidad y falta de responsabilidad. Todo ello potenciado por los algoritmos que premian y dan visibilidad a los contenidos que acumulan interacciones, que es lo que ocurre con los mensajes de odio.
El 2022, tal y como se desprende del Informe sobre la evolución de los delitos de odio en España, elaborado por el Ministerio del Interior a través de la Oficina Nacional contra los Delitos de Odio (ONDOD), la mayoría de las denuncias por discurso de odio en redes sociales fueron de origen ideológico (34,9 %), seguidos por los de tinte racista y xenófobo (30,2 %) y los que atentan contra la orientación sexual o la identidad de género (16,3 %).
Combatir el discurso de odio no es tarea fácil. Si bien algunas voces insisten en la necesidad de prohibirlo, otras temen que al hacerlo se limite la libertad de expresión. Instituciones nacionales e internacionales llevan años exigiendo mayores mecanismos de control, una legislación más firme y la implicación de las plataformas para frenar la difusión de este tipo de mensajes.
Reclaman, asimismo, más educación y formación para lograr un uso responsable de las redes sociales, sobre todo entre los jóvenes, que son los que más visualizan estos contenidos, con el objetivo de convertirlos en personas críticas, capaces de identificar, neutralizar y denunciar estos contenidos ante las plataformas para que los eliminen.
Por Amaia Monroy, consultora sénior en Estudio de Comunicación