Ríos de tinta están corriendo en los últimos días con el sainete rocambolesco de OpenAI, la empresa tecnológica detrás de ChatGPT, tras la destitución e inmediata reposición de su consejero delegado, Sam Altman. Estamos ante un guion con todos los ingredientes para un thriller futurista de éxito asegurado: intrigas en el consejo de administración de la compañía de moda en Silicon Valley, cabezas rodando por supuestamente ocultar información ante una potencial amenaza para la humanidad, una carta firmada por cientos de empleados pidiendo la readmisión del ángel caído para que de nuevo pastoree sus destinos, y, de fondo, la inteligencia artificial, ese invento que se ha convertido en una espada de doble filo que esgrimen agoreros apocalípticos y entusiastas del progreso cada vez que argumentan sobre el papel que tendrá esta tecnología en el desarrollo humano.
Para quien no haya seguido mucho el tema, pese a su omnipresencia en los Medios, la empresa estadounidense viene trabajando en un proyecto llamado Q* que crea un modelo de inteligencia general artificial que ha sido capaz de lograr numerosos avances para solucionar problemas matemáticos como los que estudian los alumnos de primaria. Ahora bien, ¿por qué para algunos esto supone un peligro para la humanidad? Al parecer, esta IA podría llegar a aprender y comprender de manera similar a las personas, lo que se interpreta como una máquina tipo “Terminator” que podría acabar superando en intelecto al hombre y erradicar su existencia. Para otros, entre los que se encuentra el propio Altman, esta tecnología supone innovación y un beneficio para la sociedad y, dicho sea de paso, es rentable para los inversores en OpenAI, entre ellos Microsoft.
Más allá de la guerra abierta en el seno de la Compañía entre estas dos corrientes y de quién tiene la razón, es interesante analizar la excusa que la propia Empresa ha dado para justificar el despido del CEO, en su “intento” por atajar esta crisis de libro. En su nota de prensa emitida el pasado 17 de noviembre, OpenAI achacaba la decisión a que Altman “no fue constantemente sincero en sus comunicaciones con el consejo, lo que obstaculizó su capacidad para ejercer sus responsabilidades”. La consecuencia fue la pérdida de la confianza por parte del consejo en su capacidad de liderazgo al frente de la compañía, continuaba en su comunicado.
En medio del intenso debate global sobre los derroteros éticos por los que debería discurrir la IA, la transparencia se erigió en el valor inquebrantable que debía respetarse para que la compañía siga sobreviviendo. Fue un disparo muy bien dirigido a la conciencia de muchos. Sin embargo, en este caso esa estrategia no le funcionó al consejo, partidario de la cautela ante los posibles efectos trágicos de un desarrollo descontrolado de la IA. El apoyo a Altman de la mayoría de los empleados, quizá con unas aspiraciones económicas muy optimistas ante el potencial negocio, y el interés de Microsoft, que de pronto vio amenazada su carrera por la IA, tuvieron más peso. Ganó la visión capitalista frente a la altruista. No sabemos si esto es bueno o es malo, el tiempo lo dirá, pero viene a demostrar que seguimos creyendo más en la fiebre del oro antes que en el “Imagine” de Lennon, por más que la IA haya “resucitado” recientemente su voz para una última canción de los Beatles.
Por Carlos López Perea, consultor sénior en Estudio de Comunicación