Hace tiempo que cultivo principalmente mi perfil profesional en LinkedIn. De hecho, diría que es la red social en la que más tiempo paso: descubro estudios, informaciones y gentes interesantes; pero es que, además, creo contenidos que suelen tener buena acogida sobre los temas que más me interesan (comunicación, sostenibilidad, RRHH y empleo). Es mi red social por definición, porque, entre otras muchas funciones, me permite crear una red profesional rica y diversa, de la que me nutro y aprendo cada día.
Por eso, cuido mucho lo que comunico en esa plataforma. Esto implica que huyo conscientemente de la creciente moda de ciertos creadores de contenido que no paran de subir fotos de su vida privada -o, directamente, de sus hijos- para hablar de conceptos vacíos y gastados asociados remotamente al mundo laboral o empresarial. Ya sabéis, aquello de “lo que mi hija de seis años me enseñó sobre el valor el otro día [foto de la hija dibujando garabatos]” o “el liderazgo no se practica solo en el trabajo, sino también en la familia [foto del creador del post haciendo una barbacoa junto a su progenie en actitud festiva]”.
Basta.
Pero no porque a mí, personalmente, todo esto me parezca una aberración sin sentido. El problema es que la exhibición sin tapujos de la vida personal tiene un impacto directo en la empleabilidad de una persona. O esa, al menos, es la conclusión de un reciente estudio titulado Social media profiling: The influence of personal and professional social media content on hiring ratings (Hartwell, Harrison y Campion, 2024), en el que se analiza la influencia de lo que publicamos en redes sociales (en todas ellas) en la decisión de un reclutador a la hora de contratar a un candidato.
En esencia, lo que concluye el informe es que LinkedIn es el primer lugar en el que un reclutador va a buscar información adicional del candidato, por lo que no parece la mejor idea del mundo convertir tu perfil profesional de esta red en el que podrías tener en Facebook o Instagram, ¿verdad? El gran dilema son los likes, como siempre. En los últimos tiempos, de hecho, parecen irse en masa para el que más intimidades comparta.
De acuerdo, entonces, ¿la solución es compartir fotos privadas -ya sean comidas familiares, fiestas con amigos o ligerezas de ropa- precisamente en Facebook o Instagram? Pues, oiga, tampoco. Porque el mencionado estudio lo que apunta, y esta es la clave, es que los contenidos más personales de cualquier red social pueden costar el trabajo al que se opta. Es decir, que si uno tiene un perfil profesional impecable en LinkedIn, pero se dedica a subir contenidos que el reclutador considera inapropiados -y esto es totalmente subjetivo-, se corre el mismo riesgo de ser rechazado.
Sea justo o no -hace tiempo que todos sabemos diferenciar lo que una persona publica en LinkedIn de lo que publica en Facebook o Instagram-, lo cierto es que la investigación evidencia una realidad ineludible: en la actualidad, todos tenemos un Yo digital, una imagen que proyectamos hacia los demás, que es casi tan importante como nuestro Yo físico. Algo que refuerza la idea de que la privacidad en internet -por ejemplo, no tener un perfil abierto en Instagram- se ha convertido en la única manera de defenderse… aunque uno no sepa muy bien de qué.
Por Pavel Ramírez, consultor sénior en Estudio de Comunicación.