Ladislao de Arriba Azcona, «Lalo Azcona» (Oviedo, 1951), es hombre de éxito en los dos mundos en los que ha vivido, el periodismo y la empresa. Hace tres décadas fue la imagen del cambio de la televisión única, con algo tan sencillo como el botón suelto del cuello de la camisa y mucha soltura frente a los bustos parlantes que poblaban el medio. Ahora se abrocha el último botón y las canas han acabado con aquel aire juvenil, aunque conserva las dotes de eso que llaman comunicador, sonrisa y verbo arrollador, para hablar sobre su trayectoria empresarial, iniciada en los prodigiosos años ochenta del siglo pasado para convertirse en una de las grandes fortunas del país. Colecciona arte y matrimonios. Esta semana regresó a su ciudad natal para hablar en el Paraninfo de la Universidad de comunicación empresarial, la conjunción de sus mundos, en la tercera edición del máster de Dirección de Comunicación y Nuevas Tecnologías, con el que colabora LA NUEVA ESPAÑA.
-El nombre de Lalo Azcona va unido ahora al mundo de la empresa cuando muchos españoles lo siguen relacionando con el periodismo y la televisión.
-Fui periodista desde 1969 hasta 1983. Fueron catorce años en los que lo pasé muy bien. Tuve la suerte y el privilegio de estar en aquel momento en el que, con 20 años, podías hacer muchas cosas y tenías acceso a medios que hoy prácticamente es imposible. Salí de LA NUEVA ESPAÑA, de ser corresponsal en Madrid, a Radio Nacional, donde fui director de diarios hablados en el final del franquismo. Luego me tocó en la televisión en una etapa fantástica, en el primer momento de la democracia, entre 1976 y 1982. Viví el periodismo con una pasión extraordinaria, me divertí mucho, pero acabé pensando que tenía que hacer otras cosas. No me veía siempre haciendo eso. Tuve la fortuna de que me ofrecieron irme a Explosivos Río Tinto, con José María Escondrillas, a quien el Gobierno acababa de encargar la reconversión de esa empresa, que era el mayor grupo industrial de España. Lo pasé muy bien, aprendí mucho y sentí que aquello también era mi vida y me he dedicado al mundo de la empresa desde entonces.
-Pero usted protagonizó una revolución televisiva.
-En aquella época sólo había una televisión y era de verdad la del cambio. Nunca había visto nadie en la televisión a los líderes sindicales o de los partidos porque hasta entonces estaban en la cárcel y esas organizaciones eran ilegales. Conté las primeras elecciones democráticas y las segunda y las terceras. Todo aquello que se contaba y que era muy nuevo, cuando lo contabas en la televisión tenía una repercusión gigantesca. Tuve la suerte de estar en un momento de enorme visibilidad, pero no por mérito mío, sino porque eran las circunstancias. Dirigía el telediario con 25 años y un chavalín que salía explicando las cosas era muy llamativo.
-Habla del periodismo siempre en pasado.
-Ya no soy periodista profesional. Sigo siendo periodista cuando devoro los periódicos y como responsable de una compañía de comunicación que me permite mantener contacto directo con centenares de periodistas con los que trabajo y hablo de periodismo. Pero ya no me veo como un periodista profesional. Estoy haciendo una actividad mucho más empresarial, de gestión de grandes grupos. Pero en casa no quieren ver el telediario conmigo porque digo que «está mal ese plano» o «se ve el micrófono», y estoy criticando lo que veo porque me sale el ramalazo del viejo reportero.
-Se supone que ésta es la mejor profesión del mundo a condición de no dejarla nunca.
-Depende de las personas. Creo que hay gente que muere con las botas puestas. Viví intensamente una etapa y tuve la suerte de tener una oportunidad en un mundo paralelo que también me gustaba mucho. Hay gente que lo ha pasado muy bien en la mili. Yo estuve en la mili, pero ya no voy a volver a ser soldado. El periodismo es una etapa terminada para mí. Otra cosa es el análisis político de la información o el discutir con mis amigos sobre la orientación ideológica de un medio.
-Los dos mundos que usted ha vivido por separado, el periodismo y los negocios, juntos pueden resultar explosivos.
-Dejé el periodismo para no volver y me dediqué a los negocios, nunca fueron actividades simultáneas. Separé una cosa de la otra. Ninguno de los muchos periodistas que están en mi compañía de comunicación compatibiliza la labor en la empresa con el trabajo en un periódico. O se está en un lado de la mesa o se está en el otro. No se puede asesorar a una compañía, cobrar por vender sus virtudes y a la vez trabajar en un medio, porque entonces no eres neutral. Por eso yo cuando lo dejé lo dejé para siempre.
-Usted entró en el mundo de los negocios en la década de los ochenta, cuando se decía que éste era el mejor país del mundo para hacerse rico.
-En el mundo de los negocios llevo veintisiete años, trabajando en empresas heterogéneas a las que siempre quise vincularme como socio, no me interesó ser sólo un ejecutivo y quiero tener participación. En 1983 monté Estudio de Comunicación con otros ocho socios, pero siempre tuve el 51 por ciento de la compañía y el control de la sociedad. Con otro grupo de amigos, en 1987, compramos otra constructora pequeña, Lain, la sacamos a Bolsa y hoy es una gran compañía, OHL, con presencia en todo el mundo. También en 1986 compramos lo que hoy es Tecnocom, que entonces era un conglomerado de fábricas de motores para electrodomésticos y la transformamos en una compañía de alta tecnología. Siempre fui muy estable en los negocios. No he sido de comprar y vender, nunca me interesó la idea clásica del «pelotazo», de entrar y salir. Soy un inversor de largo plazo, me he quedado mucho tiempo y tengo unos socios muy estables. Ése es mi espíritu empresarial. Tuve siempre suerte con mis socios, encontré gente inteligente y generosa, que disculpaba mis errores. Me han durado más los socios que los matrimonios, han sido una relación más estable que mi vida familiar porque nunca reñí con ellos. He tenido una relación de afecto y de confianza que me ha permitido estar en negocios de los que quizá yo no sabía nada, pero que ellos sí sabían. En ese abanico de cosas yo lo he pasado igual de bien que en el periodismo.
-Desde ese abanico de actividades, usted es un observador privilegiado de la crisis actual.
-Estamos en la peor situación desde hace más de veinticinco años y está fallando estrepitosamente la política gubernamental. Ha habido una pérdida de confianza de la opinión pública tremenda. El cirujano que nos tiene que operar no sabe lo que se trae entre manos. La ministra de Economía anunciaba hace una semana que cerraremos el año con una caída del PIB del 0,3. Dos minutos después, los expertos más importantes la desmintieron al advertir que la caída será el doble, del 0,6. Hay una cosa terrible que es que nos dicen mentiras. Los cirujanos que nos tienen que operar nos están matando. Y no creo que sea un asunto de recambio de cirujanos, ni digo que haya un cirujano mejor en otro partido, no lo planteo desde un punto de vista ideológico. Hay toda una generación, la de más de 52 años, que es la mía, en peligro de ser expulsada de la vida económica porque si se quedara sin trabajo lo más probable es que nunca más vuelva a tener empleo, y eso es socialmente terrorífico. Aquí se ha negado durante mucho tiempo que hubiera crisis, sin reaccionar. Cuando alguien se descubre que tiene cáncer lo lógico es tomar medidas de inmediato. Pero aquí dijimos que no era cáncer, que sólo se trataba de un catarro. Creo que todo esto se ha explicado muy mal. Y la responsabilidad política por no haber hecho nada durante un año está marcando a toda una generación.
–Pero, al margen de la responsabilidad política en la gestión de la crisis, su origen está en una determinada visión de los negocios. Los políticos no son los que echaron esto a rodar.
-Es verdad que hubo un momento de descontrol, pero el sector empresarial en su conjunto ha reaccionado con una enorme eficacia en los últimos tiempos. En lo negativo se cerraron empresas, 40.000 el año pasado, y 7.000 quiebras están previstas para este año. Hemos destruido millón y medio de puestos de trabajo, pero las grandes compañías españolas han aprovechado la crisis para salir fuera. Los empresarios españoles se han internacionalizado de una manera espectacular y hay mucha gente con talento e iniciativas que está por el mundo. Esa parte es buena y de esta crisis todos vamos a salir más internacionales, hablaremos más idiomas y dejaremos de ser aldeanos, aldeanos de no querer salir de la manzana de al lado de donde vivía nuestra madre. Eso cambia y ahora si un hijo nuestro nos dice que tiene trabajo en Singapur estamos tan orgullosos.
-Usted no comparte entonces el llanto por todos los jóvenes que cada domingo llenan las estaciones de autobuses asturianas camino de un destino laboral fuera de la región.
-Asturias tiene una fantástica Universidad, pero desproporcionada. No es posible que aquí se dé trabajo cada año a la oleada de titulados superiores que salen de todas las carreras. Éste es un sitio de formación fundamentalmente. Ésa es la realidad. Eso puede suponer un empobrecimiento para la región, pero también hubo un disparate con las universidades que formaban en cuarenta carreras distintas y parecía que cada una de ellas tenía que tener el repertorio entero de titulaciones.
-¿Cómo ve usted el futuro de los medios desde la doble perspectiva de antiguo periodista y empresario?
-Es un asunto que me apasiona. Hemos hecho estudios en seis países sobre cómo están evolucionado los medios y el papel de los periodistas. Los periodistas tienen que reinventarse y hay que reinventar la empresa periodística. Esta crisis ha dejado en evidencia la fragilidad del sistema basado exclusivamente en la publicidad y en la estructura tradicional de costes. Todos los grandes grupos tienen unos problemas enormes. Han crecido a base de picotear en distintas actividades de comunicación. Tienen editoriales, cadenas de televisión, emisoras de radio, mayoristas de publicidad. Ese modelo está cambiando. Las redes sociales son un cambio de cultura, estamos asistiendo a una transformación aceleradísima de los soportes de comunicación convencionales. Los viejos medios irán desapareciendo poco a poco tal como los entendimos. Y existe una razón de índole estrictamente capitalista que son las pérdidas económicas, algo que se está convirtiendo en un drama diario. La red se terminará convirtiendo en un soporte atractivo. Veremos que las comunidades virtuales empezarán a ser rentables.
-Las redes sociales, ¿abren entonces una perspectiva de rentabilidad de la red que permita a los medios tradicionales dar el salto?
-Creo que las redes sociales y los blogs especializados van a tener un enorme eco y se convertirán en una herramienta de comunicación masiva cada vez más deprisa.
-¿Y desde la perspectiva del periodista?
-Trabajará en otro soporte porque la información tiene que seguir llegando a los medios. Yo trabajé con rodaje de cine en blanco y negro y llevaba conmigo cinco personas. Hoy las noticias se graban con el teléfono móvil. Pero sigue habiendo el periodista que hace la pregunta.
-Pese a ese vértigo de cambios la información la siguen generando los medios tradicionales.
-El periódico tiene un papel en la conformación de la opinión, pero las noticias como tal ya no te enteras de ellas por el periódico. ¿Cómo nos enteramos de las noticias? Nos enteramos de la muerte de Franco por la radio. Di yo la noticia. Estaba de guardia aquel 20 de noviembre de 1975 y me tocó anunciarlo, cortar y poner música clásica. Nos enteramos del golpe de Estado del 23-F también por la radio, pero la caída de las Torres Gemelas la vimos por la tele. Y las primeras elecciones que ganó Zapatero fueron porque el día anterior hubo dos millones de SMS que decían «El Gobierno miente, pásalo», algo que cambió la opinión pública. Los soportes de comunicación varían, pero conformar la opinión lo hacen los periódicos y ésa es la gran responsabilidad del periodismo de calidad. Conformarla y confirmarla porque cada uno lee el periódico con el que comparte la ideología y que refuerza sus razones.