Desde que Plutarco pusiera en boca de César la famosa frase relativa a la necesidad de unificar el ser y el parecer de la imagen de su sufrida esposa Pompeya, este lapidario adagio se ha convertido en la justificación máxima de tener una máxima reputación. Las clasificaciones empresariales que miden la confianza, respeto y admiración que despiertan las Compañías beben también en fuentes latinas.
La emergencia actual de este tipo de indicadores en el mundo empresarial, sea el Merco, un barómetro que mide la reputación corporativa de las empresas españolas, o el estudio del Reputation Institute (RI), que hace lo propio en todo el mundo, es sintomático de la trascendencia de la imagen que proyecta una empresa entre sus públicos de interés. Empresas como Google, Sony y The Walt Disney ocupan este año los primeros puestos del ranking mundial que elabora el Reputation Institute. La española Inditex aparece, creo que con toda justicia, entre las primeras cincuenta compañías del mundo.
La Reputación es el reconocimiento externo que genera una empesa en virtud del cumplimiento de las obligaciones y compromisos con todos sus grupos de interés. Las grandes empresas son cada vez más conscientes de la importancia de evitar riesgos reputacionales y ponen en marcha programas específicos de Reputación que responden a un planteamiento estratégico a largo plazo, encardinado en el día a día de su actividad empresarial. Y es que este intagible genera efectos muy tangibles: favorece las inversiones, mejora la oferta comercial y constituye un factor clave de liderazgo empresarial. Como dijo el filósofo británico George Berkeley, Esse est percipi (ser es ser percibido).
