Hace unos días Iker Casillas, mítico portero y, con más de ocho millones de seguidores en Twitter, incuestionable influencer, puso en duda en esa misma red que el hombre hubiese llegado a la luna. Como era de esperar, el revuelo fue mayúsculo y hasta el ministro de Ciencia, Innovación y Universidades, Pedro Duque, respondió con un tweet certero. Hay que decir que Casillas se bajó elegantemente del carro “negacionista” con un vídeo recopilatorio de sus mejores “cantadas”.
En varias ocasiones he tenido la ocasión de mantener, con personas de formación universitaria, la misma discusión que suscitó el tweet de Casillas. Este clásico de la conspiranoia paracientífica es tan viejo como la propia (y cierta) conquista de nuestro satélite, pero ha adquirido alas en los últimos años gracias, entre otras cosas, a las redes, que han servido también como trampolín a creencias comparativamente aún más absurdas como el “terraplanismo”. Y eso por no hablar de temas directamente dañinos como el movimiento antivacunas o el negacionismo del cambio climático.
La sustitución de los medios de comunicación como fuentes de información por una dieta de redes sociales diseñada a la medida de nuestras creencias tiene buena parte de la culpa. Pero también influye ese escepticismo subvertido que invita a desconfiar de todo aquello percibido como “verdad oficial” al tiempo que abre las tragaderas para la entrada de toneladas de lo que, por pudor, hemos venido en llamar posverdad.
En un momento en el que la tecnología y, por tanto, la ciencia, está más presente que nunca en nuestras vidas cotidianas, esta última sufre un problema de credibilidad. Además de lo anteriormente mencionado, la comunidad científica, o al menos parte de ella, tiene también su porción de responsabilidad tanto por algunos errores cometidos, véase la llamada epidemia de estudios científicos, como por omisiones en el campo de la comunicación.
A algunos les puede parecer una frivolidad que el flamante ministro participara en el debate que Casillas “elevó a público”. De hecho, es comprensible que a muchos científicos no les apetezca bajar al fango para combatir las patrañas. Pero la realidad es la que es, y buena parte de la credibilidad de la comunicación científica se juega en el resbaladizo campo de las redes sociales. Resulta imprescindible la presencia en el debate de los científicos tanto para rebatir directamente como para proveer de munición a aquellos que sí confiamos en la ciencia.
Una vez más la receta es comunicar más y mejor. No dejemos que la pseudociencia siga metiendo goles a puerta vacía.
Por Juan Manuel Bermejo, consultor senior en Estudio de Comunicación