Son frecuentes las publicaciones que alertan sobre los peligros de las nuevas formas de comunicación y de relación que posibilita internet. Por ejemplo, hace ya algunos años alcanzó mucha notoriedad Nicholas G. Carr con su libro “Superficiales: ¿qué está haciendo internet con nuestras mentes?” o su artículo “Is Google Making Us Stupid?”; títulos que hablan por sí solos.
Gracias a Facebook, un buen amigo me pone tras la pista de un vídeo en el canal de “El Mundo” en YouTube. Tiene, como los textos de Carr, un título muy explícito: “La era de la incomunicación”. Obviando algunos errores de bulto (como el de calificar a internet como “una máquina”), los argumentos sobre las consecuencias negativas tanto psicológicas como sociales de sustituir la comunicación interpersonal por las interacciones en las redes sociales son expresados con claridad y contundencia.
Mi resumen del video: Cuando miramos al móvil buscando nuestro reflejo, cuando medimos nuestro éxito social -y nuestro valor como individuos- en función de las interacciones que nos llegan a través de las redes sociales, nos estamos olvidando de quiénes somos para quedar dominados por la ansiedad de hacer crecer la sombra que proyectamos.
Una vez más, y como ya nos advirtió Umberto Eco, ante un fenómeno que transforma nuestra sociedad, sus analistas se dividen dos bandos enfrentados: los “apocalípticos” (que solo ven el inminente desastre) y los “integrados” (que cantan con entusiasmo las ventajas), sin posibilidad de diálogo. Muy propio de esta sociedad cada vez más polarizada, en la que el éxito -y el negocio- parecen estar siempre en los extremos.
Es divertido destacar que este vídeo “apocalíptico” sobre internet y las redes sociales llega a mí gracias a que un “integrado” utilizó Facebook con enlace a YouTube. También merece alguna sonrisa que el vídeo mismo tiene una factura muy propia de las redes sociales y fue subido por ellos a una de esas redes que tanto critican. Vamos, que en lo único en que partidarios y críticos parecen estar de acuerdo es en la utilidad de las redes para difundir sus alegatos. Sin esas denostadas redes, ¿cómo estos mensajes podrían haber alcanzado en cuatro días las 15.351 visualizaciones que se registran cuando escribo estas líneas? Por utilizar sus palabras: ¿buscaron mi reflexión o solo mi impresión –like– cuando lo publicaron?
Claro que lo mío es peor. Cuando escucho a un integrado entusiasmarse con la democratización del diálogo social, todas las razones de los apocalípticos resuenan en mi cabeza; cuando un apocalíptico vaticina la inevitable degradación del raciocinio, miro en Twitter a ver si ha pasado algo nuevo. No me pongo por encima del debate; me irrita la ausencia de un diálogo cuyas conclusiones necesitamos.
Las redes sociales son solo una herramienta; con una poderosa capacidad de transformación social, pero solo una herramienta. También en su momento lo fue la rueda; nos cambió la vida, pero nadie culpa al neumático cuando una persona fallece atropellada. Seguimos siendo las personas quienes alimentamos las redes sociales; también son personas quienes programan los bots que actúan para confundirnos.
Que existan agentes económicos o políticos interesados en manipular los procesos de construcción de opinión pública no es nuevo. Lo que ha cambiado son los instrumentos que utilizan; instrumentos poderosos pero frente a los que no estamos totalmente indefensos.
Si solo damos crédito a aquello que coincide con nuestros prejuicios, somos nosotros los que nos empobrecemos. Nunca tuvimos tan fácil y tan barato buscar en la red otras fuentes contradictorias, ampliar nuestros horizontes y, de paso, desconcertar al algoritmo.
Si difundimos acríticamente contenidos inciertos porque nos resultan divertidos o porque son molestos para otros, somos nosotros los que agredimos y los que destrozamos nuestra credibilidad. Nunca tuvimos tan fácil contrastar una información antes de retuitear.
Si confundimos “seguidores” y “likes” con amigos y rondas de cerveza, es que buscamos sustitutos fríos para la carencia de calor humano que padecemos. Las redes no generan soledad, aunque pueden camuflarla.
En definitiva, como buen “integrado”, creo que felizmente las redes sociales permiten a muchos ser agentes activos y corresponsables de la conversación social. Como preocupado “apocalíptico”, me pregunto si dar metralletas a los monos fue buena idea; perdón, quería decir que está en nuestra mano dejar de comportarnos como monos en las redes sociales, disparando a todo lo que se mueve y confundiendo un botón con un abrazo.
Por Pablo Gonzalo, socio en Estudio de Comunicación