Cuánto vale lo que comunicas en Internet

Lo lucrativo de la conversación online propicia que empresas, personas e instituciones tengan presencia en el mundo digital. La línea entre lo que pasa dentro y fuera de las pantallas es cada vez más difusa y, poco a poco, las estrategias de comunicación de cualquier negocio incluyen siempre una actuación más o menos tímida en la red. Tiene sentido si, como compañía, pensamos en el mercado 24/7 en el que podemos trabajar: no hay hora de cierre, no se apagan las luces y el cliente puede consultar nuestros productos o servicios a la hora que quiera y desde cualquier ubicación. Puede, incluso, resolver sus dudas sobre la actividad de una marca escribiéndoselas a un asistente virtual configurado para ello.

Sin embargo, la actividad de los usuarios de a pie, que sí genera dinero para otros, no se traduce en ningún retorno económico para ellos, aunque la balanza se empieza a invertir y muchos usuarios tienen interés por saber cuánto vale su actividad online y cómo pueden tomar control de sus datos, material tan lucrativo para las tecnológicas.

La bidireccionalidad de la comunicación online se establece en términos conversacionales: los clientes tienen más capacidad de hacerse notar con reseñas, valoraciones y penalizando una marca por sus actividades o siendo fieles a quienes trabajan con una sólida ética, pero no va más allá. Aunque la lista de valores y requisitos sobre los que se sustenta la elección de una u otra marca es mucho más larga que antes, el cliente/usuario no monetiza su actividad en internet…. De momento.

A medida que el usuario-cliente va “educándose” en el entorno digital, comienza a entender que su actividad, sus “clics” y su tiempo invertido en internet puede tener compensación económica. Sin ir más lejos, la compra y venta de datos personales supone hasta 850 euros por usuario en el mercado negro. ¿Qué queda para quien ofrece esa información a través de aplicaciones gratuitas, simples juegos y aparentes tests inocuos?

Existen varemos, todavía incipientes, que permiten “tasar” un perfil en redes sociales en virtud de sus respuestas, alcance, influencia o conversación. Pero las fórmulas son laxas y no queda muy claro cómo se calculan estos datos; además, este “salario emocional”, o el ser popular en redes sociales no paga facturas. Lo que sí se sabe con seguridad es lo que empresas como Google pueden ingresar anualmente con relación a los datos personales de sus usuarios.

Sin legislación realista al respecto, es difícil establecer un límite entre lo que sigue siendo privado y lo que es privado y aun así puede comercializarse, pero parece que avanzamos hacia un entorno en el que será el usuario el que decida qué se hace con sus datos, creando algo similar a las acciones de las empresas: un mercado en el que decidir a qué tecnológica vender nuestra información.

Por Yaiza Ibarra, consultora en Estudio de Comunicación en España.

@Yibarra7

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