Las tragedias producidas por el hombre o por la naturaleza, siempre sacan lo peor y lo mejor de las personas -físicas o jurídicas-, ya sea de forma individual o colectiva. El brutal terremoto que sacudió a Chile en la madrugada del 27 de febrero, al que le siguió un devastador sunami, ha acabado, por el momento, con cerca de 800 vidas, centenares de desaparecidos y cientos de miles de casas destruidas. El terremoto ha dejado a millones de afectados, infraestructuras colapsadas, servicios básicos gravemente dañados y una sensación de frustración e impotencia, que está llevando a algunos grupos a protagonizar saqueos, actos de pillaje, incendios y desórdenes públicos, erosionando la imagen de un país que ha ido construyendo su buena reputación internacional en principios como la seriedad, el orden y la seguridad.