Nuestras empresas requieren mensajes, argumentos y soportes diferenciados, porque los públicos a los que se dirigen son variados: accionistas, clientes, empleados, proveedores, prescriptores. Vivimos en una sociedad en la que la empresa se desenvuelve en medio de un tejido de influencias complejas y difíciles de gestionar.
El hecho de que la nuestra sea una sociedad «abierta», en la que la sociedad civil tiene capacidad para ser interlocutor del Estado, hace que ese tejido se complique considerablemente. Las administraciones públicas se convierten así en uno de los públicos de interés prioritario para la empresa y, en muchos casos, en interlocutores con una decisiva capacidad de influencia en la cuenta de resultados.